AMAR A NUESTROS ENEMIGOS

En el evangelio de Luca 6,27-38 Jesús nos impele a amar a nuestros enemigos. ¿Qué nos quiere decir exactamente el Señor cuando nos pide esto? ¿Será que nos pide tener con nuestros enemigos los mismos sentimientos que tenemos con nuestros amigos? Para responder a estas preguntas hay que diferenciar dos tipos de amor: El amor afectivo y el amor efectivo.

El amor afectivo es el que brota de los afectos y es el que tenemos por nuestros familiares, parientes y amigos. Pero además de este amor está el amor efectivo, que es el que brota de la voluntad e implica una serie de valores y actitudes que, de una manera implícita, están en el evangelio que estamos meditando, como por ejemplo: hacer el bien, bendecir, orar, perdonar, dar un buen trato, ser compasivos, ser generosos, etc. Analicemos con mayor detenimiento:

  • Hacer el bien.- El Señor dice: “hagan el bien a los que los odian”. Cuando alguien nos hace daño genera en nuestro corazón una serie de sentimientos y deseos de hacer a la persona que nos ha lastimado todo el mal que podamos. Ante tal reacción el Señor nos urge a no hacer el mal, sino el bien.
  • Bendecir.- El Señor dice: “Bendigan a los que los maldicen”. Cuando alguien nos hace mal, por lo general, tenemos ganas de maldecir y hay gente que lo hace. Pero Jesús nos impele a bendecir, en vez de maldecir. Esta recomendación también lo hace el apóstol Pablo cuando dice: “bendigan y no maldigan” (Rom. 12,14).
  • Orar.- El Señor dice: “Oren por los que los injurian”. Con esto el Señor nos dice que una forma de amar a nuestros enemigos es orando por los que nos hacen daño. Y esto tiene su lógica, pues los que hacen daño son personas equivocadas que están en las tinieblas. Por tanto necesitan la luz para enmendar sus caminos. Por este motivo podemos decir que la oración es un acto de amor.
  • Perdonar.- El Señor dice: “Al que te pega en una mejilla preséntale también la otra”. Con esta exhortación no nos invita a ser ingenuos. Recordemos que el Señor también bien nos dijo: “Sean mansos como palomas y astutos como serpientes”. Por tanto, el Señor también nos invita a ser astutos, sagaces, y sabios. Poner la mejilla, de un modo literal, sería una actitud necia, porque estaríamos propiciando la injustica. Dios no está a favor de los atropellos, si puedo detener la mano del que me golpea, lo debo hacer. Cuando el Señor nos dice que hay que poner la otra mejilla nos dice que debemos perdonar, que no debemos alimentar sentimientos y deseos de venganza.
  • Dar buen trato.- El buen trato es un elemento esencial de amor. Por eso el Señor dice: “Traten a los demás como quieren que los traten”.
  • Ser compasivos.- El Señor literalmente nos dice: “Sean compasivos, como es compasivo su padre, no juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados”. La compasión brota del entendimiento, de la comprensión. Recordemos que Jesús dijo: “Si comprendieran lo que significa quiero misericordia y no sacrificios no condenarían al inocente” (Mt. 12,7) y san Pablo también dijo “El amor es comprensivo”. Quien comprende no odia. El que ama comprende que la persona que hace el mal está ciega, o enferma y, por tanto en vez de odio, necesita compasión, misericordia.
  • Ser generosos.– Este valor se encuentra en las palabras del Señor que nos dice: “Den y se les dará”. Por tanto, en vez de cerrarnos a quienes nos hacen daño podemos dar, fundamentalmente dar comprensión.

 

DOS EJEMPLOS.

Ilustremos esta reflexión con dos ejemplos.

El primer ejemplo lo encontramos en la primera lectura, tomada del libro de Samuel, donde David tiene la ocasión de matar a Saúl, su enemigo que lo perseguía a muerte, pero no lo hace. Al contrario le perdona la vida y solamente lo despoja de su lanza y su jarro de agua para demostrarle su buena voluntad. Uno de sus ayudantes, Abisay, quiere matarlo, pero él le prohíbe diciendo: “¡No lo mates!, porque no quedará sin castigo quien atente contra el ungido del Señor”. La Biblia nos narra otro episodio donde se nuestra la caballerosidad de David, cuando el rey Saúl ingresa a una cueva para hacer sus necesidades y, David, pudiendo matarlo le perdona la vida cortando únicamente un pedazo de su manto para luego demostrarle su fidelidad al rey, que pudiendo matarlo no lo hizo (1Rey. 24).

Además de estos episodios bíblicos hay otro cuento que ilustra el amor a los enemigos, expresado en el perdón. Se trata de un monje que tenía la fama de ser el más santo de la comarca. Cierto día le preguntó a Dios en su oración:

-Señor, ¿de verdad yo soy el más santo de este lugar?

-No, -respondió Dios- el más santo de este lugar es el carnicero del pueblo.

Entonces el monje se fue al pueblo con la intención de conocer al hombre más santo y aprender algo de su santidad. Al llegar se ubicó frente a la carnicería en un lugar donde el carnicero no lo podría ver fácilmente. Todo el día lo estuvo contemplando y no encontró ningún rasgo de santidad: era grosero, malcriado, malhablado, malhumorado, en fin parecía que tenía todos los defectos.

El monje creía que el carnicero no lo veía pero estaba equivocado. El carnicero, fastidiado por las miradas del monje, se acercó y, furibundo, le dijo:

-Oiga, ¿por qué me mira tanto?

El monje le respondió:

-Lo que pasa es que Dios me ha dicho que usted es el hombre más santo de la comarca.

El carnicero sorprendido dijo:

-¿Santo yo? Estás loco, ¿cómo voy a ser santo si ya has visto lo regañón que soy?

 

Como ya era tarde el carnicero invitó al monje a pasar la noche en su casa. Al entrar, en la sala había un anciano paralítico, postrado en una cama, pero bien cuidado. Al verlo, el monje preguntó:

-¿Es su padre?

-No, -le respondió el carnicero.

-¿Entonces quién es?

-Es el hombre que asesinó a mi padre. Llevó una vida conflictiva, su mujer y sus hijos lo abandonaron y, como en su ancianidad no tenía nadie quien lo vea, me he hecho cargo yo.

Al enterarse de esto el monje entendió en qué consistía la santidad.

 

Vamos a pedirle al Señor en esta ocasión para que nos dé un amor tan grande, un amor que seamos capaces de amar, incluso a nuestros enemigos.

 

Que Dios nos bendiga.