P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R
“Mujer, ¿qué te pasa? ¿Por qué reclamas tanto? -le decía un esposo a su esposa, cuando ésta la reclamaba por su ausencia-. Si tienes todo lo necesario para vivir dignamente: dinero, ropa, comida… no te falta nada. Entones, ¿Qué quieres?”.
La esposa, muy asertiva, le contestó: “Eso lo que dices es cierto, pues materialmente tengo lo necesario para vivir cómodamente. Hasta podría decir que tengo en demasía; pero hay algo muy importante que me falta: me faltas tú. Yo y nuestros hijos, más que cosas, necesitamos de ti; necesitamos tu presencia, tu afecto, tu sonrisa, tus abrazos… En definitiva, necesitamos tu amor. Tú eres más importante que el dinero”.
Hay personas materialistas, como el esposo de esta anécdota, que piensan que en la vida lo más importante es el dinero y los bienes materiales. Por eso se preocupan por atiborrar a sus seres queridos de esos bienes y se olvidan de sus relaciones personales. Los bienes materiales son importantes, pero no definitivos. El alma tiene otras necesidades que no se satisfacen con cosas, sino con bienes espirituales. El hambre del corazón no se satisface con pan, sino únicamente con amor.
Cierto día un niño le preguntó a su padre: “Papá, ¿cuánto ganas en un día de trabajo?”. El papá creyendo que su hijo le hacía tal pregunta para pedirle propina, le regañó duramente y lo mandó a dormir. Después, al escuchar la voz de su conciencia se sintió arrepentido y se dirigió al cuarto de su pupilo. Entró sigilosamente y escuchó unos intensos suspiros que se ahogaban en el llanto. Prendió la luz y se dio cuenta que su hijo estaba llorando amargamente. El padre, abrazando a su hijo, le pidió disculpas y le preguntó: “Hijo, ¿por qué me has preguntado sobre mi sueldo?”. El niño, con la voz quebrada, le respondió: “Lo que pasa es que estoy ahorrando algo de dinero con la propina que me das para ver si compro una hora de tu tiempo”.
El padre, al escuchar la respuesta de su hijo se sintió profundamente culpable y rompiendo en llanto le pidió disculpas y le prometió pasar más tiempo con él. Como era un padre inteligente comprendió la lección que le impartió su retoño a través de esta anécdota llena de elocuencia. Como era hombre de palabra, a carta cabal, cumplió su promesa y ahora él está más feliz y su hijo también.
Qué bueno sería que todas las personas comprendan que, así como nuestro cuerpo físico tiene hambre y sed, así nuestro corazón tiene hambre y sed de amor. Esta hambre y sed no podrá ser satisfecha con cosas materiales, sino sólo y únicamente con el afecto y la ternura del ser amado. Satisfacer esta necesidad de afecto es fundamental para la salud síquica de la persona.
Quienes viven alejados afectivamente de sus seres queridos sería muy conveniente que reflexionen en aquellos versos que la amada le dice al amado, en la poesía “El cántico espiritual”, de San Juan de la Cruz: “Mira que la dolencia, de amor que no se cura, tan sólo con la presencia y la figura”