JUVENTUD: LA MADUREZ IMPLICA ALEGRÍA

Camila estaba agotada. El día fue muy duro. El problema con su estómago seguía recordándole que tenía que comer sano, y a sus horas. Al menos, eso es lo que le había indicado el médico. Los exámenes finales de la universidad eran dentro de dos días y la presión era fuerte. Recostada en su cama, con la luz tenue de su habitación pintada de rosa y verde limón, parecía un objeto inconcebible dentro de la escena, vestida con su polo gris, y un jean negro.

Camila pensaba y pensaba. “¿Qué hago? ¿Cómo me disculpo? Lo amo… Le he fallado a nuestras citas tantas veces… hoy tampoco podré. Tengo que estudiar”. Y en medio de este monólogo timbró su celular. Se incorporó de la cama para sacarlo de su bolso, que estaba en el armario. Era Javier. Camila cerró sus ojos: “¿Aló? Sí, amor, mira lo siento, ¡lo siento! El martes tengo Lengua dos y tú sabes… mi mamá, los trabajos… ¡Pero, ¿por qué?! ¡No! ¡Con nadie, a estudiar con nadie, Javier! ¡A! ¡Pero, Javier! Oye, ¿solo por eso? ¿Aló? Aló, Javier… ¡Aló!”

A sus 18 años, Camila había sufrido la primera ruptura de su corazón. No lo entendía. Pasaron los días y no se podía concentrar. Le rogó por muchos días a Javier, tratando de persuadirlo para que entienda. Estaba enamoradísima de él. Javier, con 19 años, era más liberal, y no entendía la situación de su, ahora, ex enamorada. Así que no se vieron más. Ni siquiera dentro de la universidad.

Meses más tarde, el problema del estómago de Camila se había acrecentado; salió mal en varios cursos en su segundo ciclo de su carrera de arquitectura, y se sumió en una profunda tristeza. Ni sus amigas ni sus padres podían influenciar en ello. Camila seguía pensando en ese chico, y, a la vez, seguía sin comprender la actitud despreciable con que alguna vez Javier le dijo que ya no serían más enamorados. Sin embargo, años más tarde, Camila se casó, y tuvo dos hijos…

¡Ay, la juventud! Decía mi abuelo materno, Francisco. Pero, en realidad, es una etapa preciosa, ¿no? Está claro que cada uno hizo de su juventud lo que quiso. Incluso cuando las palabras libertad y madurez estuvieron más presentes que nunca, pues es un tremendo forcejeo hacerle caso a tus padres, profesores, o simplemente a cualquier adulto, cuando no es lo que precisamente quieres hacer, a la edad de 16 años. Aquí, la madurez comienza, de la mano con la disciplina. Si nuestros padres o tutores no nos hubiesen guiado en lo más mínimo, a lo mejor seguíamos con actitudes inmaduras por muchos años más.

En este sentido, y aunque a un nivel un poco mediocre, Camila fue, o pretendió ser, más “madura” que Javier, ¿no creen? Pero así como Camila trataba de cumplir con sus deberes, la idea de no ser libre, de seguir unas normas pre establecidas (la universidad, su mamá), la cansaba, y más especialmente porque una persona importante para ella le dijo que “no la quería”: perdió autoestima y la pena se apoderó de su ser; pero éste ya es un tema de educación afectiva.

Sin embargo, la misma historia de Camila la pudo experimentar una pareja de adultos, ¿verdad? Y un adulto también puede perder su autoestima por un caso igual, y sumirse en la tristeza. Es básicamente la misma mecánica, con un mismo resultado. Entonces, hay también dos elementos claves por los que la juventud puede concebirse como tal, fuera de los números, fuera de las edades; y eso es el binomio madurez-alegría.

Aunque nunca lo podríamos saber de Javier, ¿Camila era una joven alegre? La respuesta es obvia: no. Y, al parecer, pasó a ser mucho menos alegre, con la noticia de esa noche, cuando rompió con su enamorado. ¿Qué le faltó a Camila para ser alegre? ¿Libertad o madurez? Vivía cómoda y sus padres le dieron lo mejor. Pero, ¿qué pasó, entonces?

Tiene que ver mucho con la educación que el ser humano tiene desde el seno familiar. He ahí la base de un ser humano con valores, con pensamientos con energía positiva. No se trata de qué condición socioeconómica es tu familia, sino de valores, de amor. Los padres que brindan y educan a sus hijos con amor, verán que en la adolescencia, juventud, y hasta el último respiro, sus hijos serán maduros. Al ser maduros, piensan las cosas claras, con certeza, y si se equivocan, tendrán la seguridad de que, volviendo a empezar, la experiencia será más enriquecedora. Y sólo luego de sabernos maduros, gracias a la educación de nuestros padres, seremos más alegres. Porque no nos tomaremos tan personal las cosas que nos sucedan, sean buenas o malas. Y aprenderemos a sacar provecho de cada situación que se nos presente en el camino del vivir.

En fin, Camila pudo ser más alegre, y estar mejor preparada para, de alguna forma, afrontar la ruptura de su primera relación. Y, así como ella, cualquiera puede ser joven, porque la juventud no es un número, no es una edad, la juventud es espíritu, es pensamiento enérgico y feliz, porque se alcanza la madurez, haciendo uso de nuestra libertad, y, en ese sentido, todos podemos llegar a ser unos jóvenes alegres.