Hay gente que le cuesta alegrarse con los éxitos de los demás. Cuando a los otros les va bien se llenan de tristeza, amargura, rabia y hasta de odio, que incluso desean la muerte del otro. Y no sólo le desean, sino que, a veces, la ejecutan. En la Biblia hay varios casos que ilustran esta verdad. Por ejemplo, Caín mató a su hermano Abel. Los hermanos de José vendieron a su hermano sin tener misericordia, etc.. Estos episodios, evidentemente, son cuadros de envidia. La envidia es la tristeza por el éxito de los demás. Este sentimiento es la mala hierba que crece en abundancia en el jardín de la vida de la gente.
Cuenta la anécdota que un padre le pregunta a su niño:
-Hijo, ¿qué quieres ser tú cuando seas grandes?
-Papi, cuando sea gran quiero ser un idiota.
-¿Un idiota? Cómo así hijo mío? –Le pregunta el padre contrariado.
-Si papi, porque cada vez que salimos dices: “Mira es idiota, ¡qué auto más bonito tiene! Mira ese idiota, ¡qué casa más bonita tiene! Mira ese idiota, qué mujer mas hermosa tiene! Así es que si los idiotas triunfan yo quiero ser un idiota.
En la Biblia hay un episodio contrario a estas actitudes. Se trata de los vecinos de Isabel y Zacarías, quienes al enterarse de que Dios les había hecho una gran misericordia a estos ancianos, concediéndoles la oportunidad de tener un niño ellos se alegraron y les felicitaban (Lc. 1,58). No seamos mezquinos. Aprendamos a alegrarnos con los éxitos de los demás.
Señor, danos un corazón bueno y generoso que, libre de todo resquicio de envidia, sea capaz de alegarse con el bienestar de los demás. Amén.