LA PAZ DE JESÚS

Por lo general la gente cree que la paz es la ausencia de problemas. Sin embargo, eso no es cierto. La paz no es la ausencia de problemas, sino la actitud frente a los problemas.

Jesús fue un hombre que tuvo muchos problemas: Ni bien nace es perseguido y tuvo que vivir como emigrante en Egipto (Mt. 2,13-17). Cuando regresan a Tierra Santa se quedan a vivir en Nazaret por precaución porque reinaba en Judea Arquelao, el hijo de Herodes (Mt. 12,22). Ni bien inicia su ministerio, sus paisanos intentan despeñarlo (Lc. 4,28-30). Los evangelios hacen notar que, conforme realiza su misión, había una hostilidad creciente hacia Jesús. El Dr. Augusto Cury enfatiza que Jesús nació y vivió en una familia, donde su padre adoptivo trabajó con las herramientas con las que iba a morir: Los clavos, el martillo y la madera.

Sin embargo, a pesar de que Jesús tenía problemas, Él no vivía aturdido por los problemas. Es más, él duerme en medio de la tormenta (Mc. 8,23-27) y es capaz de contemplar el espectáculo de la naturaleza. Por eso decía: “¿Por qué se preocupan por el día de mañana si cada día tiene su propia preocupación…? Miren las aves del cielo que no siembran ni cosechan y el Padre las alimenta…, miren los lirios del valle que no hilan, ni tejen y, sin embargo, ni Salomón se vistió con tanto esplendor” (Mt. 6,25-33).

Llegados hasta acá lógicamente surge una pregunta: ¿De dónde le brota a Jesús esa paz? La respuesta está en la confianza absoluta en su Padre. Él sabía que su Padre lo cuida y lo protege y que nada, absolutamente nada, sucede sin que su Padre lo permita.

Señor Ayúdanos a confiar plenamente en la voluntad y en la sabiduría del Padre. Amén.