Hace unos años, en Perú, sonó una famosa canción que dice: “Que levante la mano, quien no sufrió por amor”. ¿Quién podría levantar la mano diciendo que no ha sufrido por amor, por desamor o cualquier otra cosa? El sufrimiento es parte de la vida, pues venimos a este mundo con dolor: Sufre la madre para dar a luz y también sufre el bebé, que tiene que abandonar ese lugar ideal del vientre materno, donde tiene todos sus problemas solucionados. Dicen los psicólogos que el nacimiento es un trauma, tan fuerte, del cual jamás lograremos reponernos totalmente.
Después que nace el bebé se adapta a su nuevo estilo de vida y vive bajo el amparo de quienes están a cargo de su cuidado (padres, tutores, etc.). Cuando ya está adaptado tiene que desarraigarse para ir al kínder o jardín. Y ese cambio, por lo general, también le genera sufrimiento. Y así sufre para pasar de una etapa a otra. Además, en la vida va a experimentar otro tipo de sufrimientos: Enfermedades, muertes de seres queridos, decepciones, frustraciones, etc. Todo esto nos hace tomar conciencia que el sufrimiento definitivamente es parte de la vida.
Ante el sufrimiento existen varias posturas: Los budistas tratan de explicar cómo eliminar el sufrimiento de nuestra vida. En Latinoamérica es famosa la secta “Pare de sufrir”, que engañan a los incautos. A diferencia de estas posturas, Jesús no ha venido a enseñarnos como dejar de sufrir, sino que Él asumió en su vida y en su cuerpo el sufrimiento y fue más allá él… hasta la resurrección. De esto modo el Señor nos una serie de lecciones: nos dice que el sufrimiento es pasajero, que no es el final de la vida, sino simplemente una estación, que el destino final del hombre es la paz, la alegría, el gozo, la salud, la felicidad y que, muchas veces esos bienes, precisamente, vienen a través del dolor y del sufrimiento.
Por su puesto que no podemos ser masoquistas, es decir que no podemos buscar el sufrimiento por el sufrimiento. Se trata de tener la sabiduría para asumir el sufrimiento, con paciencia y esperanza, cuando este se nos presenta en la vida. Si podemos superar con alguna terapia o medicina, debemos hacerlo. Pero si no es posible, inspirados en el ejemplo de Jesús, debemos acoger nuestra cruz con amor y caminar con dignidad con la esperanza y la confianza que ese dolor, ese sufrimiento tendrá algún sentido. San Pablo era sabio, pues asociaba sus sufrimientos a la pasión del Señor. Por eso él decía: “Completo en mi cuerpo los sufrimientos que faltan a la pasión del Señor” (Col. 1,24).
Señor, concédenos la gracia de hacer de nuestro sufrimiento un sufrimiento redentor, asociando nuestro dolor a los sufrimientos de tu pasión.