Cuenta la historia que dos hombres caminaban por un desierto. El sol inclemente arreciaba sobre ellos. El agua de la cantimplora se les había acabado y la sed que tenía era enorme. De tanto caminar llegaron a una choza abandonada. Ingresaron y en ella encontraron una botella que contenía agua hasta la mitad. Uno de ellos renegó: “¡Eh, qué desgracia! La botella está media vacía”. El otro le contestó: “Sí, pero también está media llena”.
Esta historia ilustra muy bien los dos tipos de seres humanos que hay en el mundo: los pesimistas, quienes se concentran en lo vacío de la botella y los optimistas que se concentran el contenido. En el mundo hay mucha gente pesimista que se centra en la negatividad del mundo y de la vida. Estas personas creen que todo está mal y que no hay nada por hacer.
Los cristianos, como buenos discípulos de Jesús, debemos ser optimistas. Sin negar la negatividad que hay en el mundo y en la vida debemos concentrarnos en las cosas positivas: en la luz, en vez de las sombras. Jesús fue optimista. Él fue capaz de ver la grandeza del árbol en la pequeñez de la semilla (Mt. 13, 31-32); El nos ayudó a comprender que las dificultades están ahí para que se manifieste el poder de Dios (1Jn. 9,2-3). Y esto lo dijo, no solo con sus palabras, sino, sobre todo, con su testimonio de vida: El murió y resucitó para decirnos que el mal no tiene la última palabra, sino el bien; que la vida es más fuerte que la muerte y que la verdad triunfará sobre la mentira.
De igual modo San Pablo, igual que su Maestro, fue optimista. Él dijo que todo “sucede para el bien de los que aman a Dios” (Rom. 8,28) y que “donde abundó el pecada sobreabundó la gracia” (Rom. 5,20). Pablo no se concentra en el poder del pecado, sino en el poder de la gracia.
Señor, ayúdanos a ser optimistas como tú. No permitas que el pesimismo ensombrezca nuestro ser. Al contrario, haz que la luz de la y del optimismo fe brille en nuestro corazón. Amén.