¿Pecaste y la culpa abruma conciencia?
No te hundas, hermano, en el pesar,
no te lamentes, ni te maltrates.
Dios nunca te deja de amar.
Dios pensó en ti desde toda la eternidad
Y te creó con todo su amor.
Por eso Él no quiere
que te hundas en el temor.
No alimentes la culpa,
pensando que así a Dios agradas.
Él no quiere que te humilles,
desea ver tus heridas sanadas.
Dios no necesita tu culpa.
Él conoce tu corazón arrepentido.
Él conoce cada uno de tus esfuerzos,
Él sabe lo que has sufrido.
Dios sabe que no eres malo,
porque eres su obra preciosa.
Aunque caigas una y mil veces
su mirada siempre es misericordiosa.
Muchas veces pesa nuestra historia,
por eso no te lamentes.
Él sabe que tu actuar
tenía causas inconscientes.
Por el dolor de las heridas,
tantas veces, nuestra alma esta dolida.
Dios sabe que tu actuar
fue movido por tu herida.
Dios sabe que tu intención
no era ofender su dignidad.
Él sabe que tu pecado
es fruto de tu debilidad.
Recuerda que el apóstol Pablo
enseñó una gran verdad.
Él dijo que la fortaleza
está en la debilidad.
El apóstol de los gentiles,
dijo con mucha audacia:
“Donde abunda el pecado,
sobreabundó la gracia”.
Recuerda que la Iglesia proclama
con fuerza, sabiduría y valor:
“¡Dicha culpa!, ¡Oh Feliz culpa!,
¡que mereció tal Redentor!”.
Por eso querido, hermano,
no te ahogues en la culpa.
Piensa que en lo que has hecho,
está escondida la gracia, cual pulpa.
No alimentes culpas innecesarias
que te restan energía.
Más vale cultivar la paz
y la abundante alegría.
Dios quiere verte alegre y feliz,
no hundido en la desesperación.
Él quiere llenarte de paz
y de alegría tu corazón.
¿Qué sacas con culpabilizarte?
¿Quién se beneficia con ese tormento?
¿Dios, tú, algún familiar? ¡Despierta, hermano!
¡Nadie se beneficia con tu lamento!
Más bien busca la paz,
la alegría y la reconciliación.
Confiesa tu pecado, hermano,
Dios sanará tu corazón.
