El amor de Dios no es intermitente,
no es como las luces de Navidad.
El amor de Dios es constante,
permanece por toda la eternidad.
El amor de Dios es muy potente,
nadie lo podrá apagar.
Con su luz fuerte y poderosa
siempre te va a iluminar.
El amor de Dios es muy fuerte:
No se apaga con el viento,
ni se rompe con el tiempo,
ni vacila en el sufrimiento.
El amor de Dios es bondadoso:
Nos nutre con su cariño,
nos abraza con ternura,
y nos cuida como a niño.
Nos sostiene en la tormenta,
nos levanta en la caída,
nos alienta en la derrota,
nos cura toda herida.
El amor de Dios es compasivo,
busca a la oveja perdida.
Nos cuida y nos protege,
y nos guía en la vida.
El amor de Dios nunca cambia,
no se apaga, ni se disuelve.
Es un río que nos baña,
es brisa que nos envuelve.
