Por: P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R Cierto día, con la intención de comunicarme con una señora muy amiga, cogí el teléfono y la llamé. Al otro lado de la línea me contestó una voz triste y quejumbrosa: “Aló, diga usted”. “Hola, soy Walter -le respondí- ¿Qué pasa? ¿Por qué esa voz tan melancólica?”. “Estoy muy triste porque me han estafado con una fuerte cantidad de dinero”, me confesó. “¡Ah! ¡Qué pena! Comprendo tu situación -le dije-. Pero, a ver, ¿Cómo van los negocios, y la salud de toda la familia?”. “Gracias a Dios todo va bien”, me respondió.
“Bueno, entiendo que te duela la deshonestidad de la gente, pero, ¿Qué vas a hacer? Si estás en condiciones de hacer una denuncia, hazla, pero no te aferres a lo que ya fue -le aconsejé-. Tienes que comprender que el pasado ya no existe y no debes permitir que su sombra invada la luz de tu presente. Con calma, ve si puedes recuperar el dinero, pero si es imposible ten la sabiduría de resignarte, pues en la vida hay que aprender a perder, para ganar grandes lecciones. No centres tu atención en lo que ya no tienes, sino en lo que posees y lo que podrás seguir adquiriendo. Por ejemplo, piensa en la prosperidad de tu negocio, en la paz de tu familia… Ya ¿vez…? Tienes muchas razones para sentirte feliz y seguir luchando.” “Claro, muchas gracias por el consejo, ahora me siento mucho mejor”, me respondió muy animada.
La experiencia de esta mujer es la reacción más común de muchos hombres y mujeres que, ante las pérdidas, se ven postrados en el lodo de angustia, la desesperación y la depresión. Algunos, incluso, llegan hasta el suicido. Y todo esto es porque tienen una mentalidad negativa que se centra en lo perdido y sufren por ello, olvidándose de disfrutar de lo que poseen. Quienes actúan de este modo es como si quisieran avanzar por un camino, pero mirando para atrás. Eso no es posible. Si de verdad quieres avanzar tienes que dar la media vuelta y mirar hacia adelante.
El P. Carlos Vallés, sacerdote jesuita, que trabajó muchos años en la India, cuenta una hermosa historia. Él dice que, una mañana, cuando estaba dando un paseo rutinario, reparó en que a una señora se le rompió la sandalia. La mujer la examinó para ver si podía arreglarla, pero como vio que no tenía solución se descalzó el otro pie, puso las sandalias en la orilla del camino, una frente a otra, juntó sus dos manos, hizo un pequeño gesto de reverencia y siguió su camino en paz.
Ante las pérdidas pienso que es necesario aprender la sabiduría de esta mujer. Si algo falla, hay que examinar el asunto para ver qué podemos hacer y así poder arreglarlo; pero si no es posible encontrar la solución hay que tener la sabiduría para desprenderse, hacer una reverencia y seguir caminando con la más absoluta libertad. Sólo así encontraremos la felicidad.