PROTEGER NUESTRA AUTOESTIMA

Hay personas que se autolastiman y autodesprecian hablando mal de sí mismas. Por ejemplo, cuando se equivocan dicen: “Qué tonto que fui, qué imbécil”, “Qué bruto que fui”. Frases como estas es frecuente escuchar. Esta forma de expresarse es dañina porque es un autoinsulto, y lastima la autoestima. Y cuando nuestra autoestima está lastimada se pueden generar muchos problemas de personalidad. Por esta razón es necesario aprender a proteger nuestra autoestima, hablando y pensando correctamente de nosotros mismos.

Recuerde siempre que emocionalmente nadie puede hacernos  un daño mayor a no ser que nosotros mismos lo permitamos. Por ejemplo, hay gente que está hundida en la depresión porque alguien la trató mal y cuando le preguntamos: “¿Qué te pasa?”, “¿Por qué te sientes así?”. Te va a contestar: “Me siento así porque fulano de tal me ha dicho cosas horribles que me han lastimado”. Analicemos esta reacción: supongamos que usted se siente así porque alguien le insultó. Es comprensible que sienta un poco de rabia por eso, pero si esa rabia le lleva a la depresión es porque en usted hay un problema, una herida emocional que aún no ha sanado. Usted no se siente así porque le insultaron, sino porque ha creído en lo que le han dicho. Usted podría reaccionar de forma distinta. Por ejemplo podría decir: “Bueno pues, eso es lo que piensa ese tipo de mí. Pero ése es su pensamiento, yo sé que no soy eso. Yo soy una persona digna, magnífica, extraordinaria y genial. En realidad yo sé quién soy y qué es lo que valgo”. Quien piensa así y se expresa así tiene una auténtica autoestima.

Un joven me decía: “la verdad a mí no me afecta mucho cuando alguien me insulta o habla mal de mí. Esas cosas me tienen sin cuidado, pero sí me afecta mucho cuando yo hablo mal de mí, cuando me maltrato diciendo que soy un inútil, un imbécil, un tonto. Es ahí cuando me deprimo. De igual modo sucede cuando empiezo a perder la confianza en mí mismo. Por ejemplo, cuando estoy realizando un proyecto y creo que es difícil y no lo voy a poder realizar. Es ahí cuando mis energías se bajan y me desaliento. En cambio, cuando creo que sí puedo, que soy digno y merecedor del éxito el triunfo llega como si fuera de un modo natural”.

Cuenta la historia que un señor estaba vendiendo su burro en el mercado. Y para convencer a la gente decía: “Señoras y señores, vendo este burro, porque ya está viejo, herido, cansado, enfermo, es haragán y no puede cargar mucho peso”. Ya podemos imaginar los resultados de esta estrategia de mercado. Si el señor quiere vender su burro tiene que hablar bien de él, tiene que tratar de convencer al público hablando de las cualidades y beneficios del burro. De igual modo nosotros tenemos que aprender a hablar bien de nosotros mismos.

“Padre, ¿pero esto no es soberbia?”, quizá podrá objetar alguien. Para ser sinceros hay que dejar claro que esto es posible, pues hay gente que tiene el ego muy subido y se ufanan de sí mismos, creyéndose superiores a los demás. Pero esto no es correcto, ni es expresión de una auténtica autoestima. Puede ser la expresión de una baja autoestima que intentan compensar con actitudes prepotentes y arrogantes.  La auténtica autoestima nos lleva a ser humildes, es decir a reconocer que somos seres humanos con virtudes que compartir y defectos que remediar. El humilde jamás se ufana de sus logros y cualidades, sino que los comparte con amor y sencillez; pero tampoco se deprime por sus fracasos, frustraciones y defectos, sino que los ve como retos a superar.

Desde esta perspectiva te invito, amable lector, a desarrollar una auténtica autoestima, que te ayude a concederte el verdadero lugar que te corresponde, sin creerte más que los demás, pero tampoco sin infravalorarte, creyendo que eres un tonto, un inútil e inservible. Recuerda que eres obra e hijo de Dios y Dios no ha creado basura. Por tanto, tienes grandeza y dignidad.

Déjame decirte que Dios ha puesto una persona bajo tu cargo para que la cuides y la protejas: esa persona eres tú mismo. Aprende a quererte, cuidarte y protegerte. Esta es la voluntad de Dios, pues eres obra de sus manos y Él desea que cuides y protejas su obra maravillosa, que eres tú.