POR: P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R.
Actualmente vivimos en un mundo vertiginoso y competitivo, donde prima la filosofía de la calidad y la excelencia, mal entendida. En este contexto, los hombres, muchas veces, nos vemos sometidos en la vorágine del activismo cruel que es tan dañino para nuestra salud física, mental y espiritual.
La consigna básica de nuestra cultura es el slogan “el tiempo es oro”. Lo cual es cierto. Pero el oro puede mover nuestras ambiciones egoístas y hacernos emprender la búsqueda desenfrenada de tan codiciado tesoro, aún a costa del sacrifico de nuestra tranquilidad, que es la base de la felicidad. Pero el oro también puede servir para extasiarnos contemplando su belleza en la paz y el sosiego. Lamentablemente la gente prefiere lo primero. Por eso, se embarca en un mundo frenético y desesperado por adquirir la prosperidad a toda costa.
En nuestro sociedad es frecuente encontrar individuos con los nervios de punta, llenos de estrés y ansiedad. Muchos de ellos tienen el complejo de los erizos, pues a penas los rozas disparan sus saetas y te acribillan sin piedad. Esta gente de por sí no es mala, pues tiene un corazón noble. Lo que pasa es que no han podido lograr un equilibrio emocional en su vida. Si consiguieran la paz del corazón y de la mente de seguro que serían personas encantadoras.
Por otro lado, es bueno advertir que el estrés, el cansancio y la ansiedad son enemigos letales de la calidad y la excelencia. Cuando una persona se encuentra en una situación de esta naturaleza es muy difícil que pueda rendir al cien por ciento de sus facultades. En cambio, en la medida que estemos en armonía con nosotros mismos seremos más productivos, pues todas nuestras facultades físicas, síquicas y cognitivas estarán aptas para rendir al máximo. Los empresarios que no suelen dar vacaciones a sus trabajadores deberían meditar profundamente en su actitud.
A propósito, permítanme Ilustrar esta idea con la siguiente historia: Había un leñador necio que se encontraba transpirando a chorros, pues desgastaba grandes dosis de energía cortando un árbol con su hacha desgastada. Un amigo suyo, que pasaba por ahí, lo encontró en semejantes ajetreos. Compadecido, al verlo sufrir tanto, le brindó el siguiente consejo: “Amigo, ¿Por qué no descansas un poco…? y en ese tiempo afilas tu hacha”. El leñador le respondió: “No haré eso, porque perdería mi tiempo, que es oro, pues necesito cortar el árbol con prontitud”.
Cada vez que entramos en la vorágine del activismo desenfrenado actuamos igual que este leñador. Pensamos que así seremos más productivos. Sin embargo, las cosas no son así. Nosotros necesitamos cierta dosis de descanso, reposo y tranquilidad para cargar las baterías y seguir en la batalla. Sólo así seremos verdaderamente productivos.