Los niños y los adolescentes tienen mucha hambre de reconocimiento. Cuando esta necesidad no se satisface adecuadamente hacen todo lo posible para llamar la atención de los adultos: se revelan, haciéndose caprichosos y agresivos; o se vuelven totalmente sumisos, con la intención de agradar siempre en todo a sus mayores. Ni una ni otra postura es la adecuada. Lo importante es que nuestros niños y jóvenes tengan amor incondicional para que no sean rebeldes ni sumisos. Consideremos el siguiente caso:
Se trata de una joven que sufría de depresión y no sabía la razón de su enfermedad. Cuando le pregunté cómo se sentía frente a sus padres ella me confió que siempre se ha considerado una buena hija. “Y, ¿qué significa para ti ser una buena hija?”, la interrogué. Ella me respondió, diciendo: “Yo me considero buena hija porque siempre he sido obediente con mis padres, siempre he tratado de darles satisfacción y nunca les he dado un disgusto”.
Al escuchar la respuesta de esta joven se me iluminó la mente y pude entender su problema. Entonces comprendí que su enfermedad venía de esta relación simbiótica con sus padres, quienes, de un modo consciente o inconsciente, le hicieron sentir que sólo existe en este mundo para complacerlos. Ella, motivada por esta fuerza inconsciente, siempre hizo las cosas para agradar a sus progenitores. Pero, ¿dónde están sus gustos, sus aspiraciones, sus sueños?. Es evidente que su personalidad la sacrificaba por complacer a sus padres.
La joven me contó que una de sus más caras aspiraciones era integrar la selección de vóley de su colegio; pero sus padres no lo permitieron porque, según ellos, tenía que estudiar para ser la mejor alumna. De hecho, en la escuela y en el colegio siempre sacó buenos calificativos. Pero, ¿de qué le sirve si ahora ese deseo de ser siempre la primera alumna se ha convertido en una obsesión enfermiza, que la lleva a la depresión?
Esta situación se ha agravado últimamente, al ingresar en la universidad y encontrarse con una feroz competencia con algunos compañeros que también son inteligentes. Al no poder ser ya la primera de la clase, ve que el fundamento de su valía se ha derrumbado. Por eso siente que ya no tiene piso y por tal motivo se hunde en la más profunda depresión, pues cree que está traicionando el amor de sus padres y, por tanto, ya no merece ser amada por ellos.
Para que esta joven se recupere tiene que superar esa obsesión por los estudios y sentirse una persona sujeta de valores. Ella no vale por sus buenas notas, sino por el hecho de ser persona. Además, no siempre tiene que estar agradando a sus padres, pues ellos tienen sus propios gustos y ella también tiene el derecho de tener los suyos.
Pero también es importante que sus padres cambien de actitud. Tienen que hacerla sentir que ellos no la aman por sus calificativos o porque siempre les dan satisfacciones, sino que la aman porque es su hija y están dispuestos a amarla incondicionalmente.
Sería muy bueno que los padres mediten en la actitud del Padre del Hijo pródigo, que es capaz de amar incondicionalmente a su hijo, dado que lo considera como sujeto, digno de tomar decisiones haciendo uso de su libertad.