La verdadera crisis del mundo no es una crisis económica, sino una crisis de valores. Los hombres practican una serie de antivalores que los lleva a la pobreza. Pensemos, por ejemplo, en aquellas personas que se endeudan por aparentar un status social al que no pertenecen, y que malgastan su dinero en comilonas y borracheras, los hombres que tienen dos o tres mujeres, o engendran hijos y los abandonan, etc. Además de éstos, hay otros antivalores que son letales para la economía; uno de ellos es la deshonestidad. Me explico:
En una oportunidad llamé a un gasfitero para que arregle unos inodoros. Los examinó y me hizo un presupuesto. Compré los implementos y él se puso a reparar las partes dañadas. Cuando había culminado su labor, envié a un joven para ver si todo estaba en orden. El joven me comunicó que solamente había cinco equipos instalados y que, por tanto, faltaba uno. Le dije que lo buscara y así lo hizo. En vista que el equipo no aparecía por ningún lado el joven decidió buscar en la mochila del gasfitero. Su hazaña no fue fácil, pues el hombre se negó, pero al final tuvo que ceder; y al abrir la mochila ahí estaba el equipo. La actitud de este señor nos dio un disgusto. Le pagué de mala gana y nunca más he solicitado sus servicios. De este modo perdió oportunidades de trabajo, y hasta un amigo.
Pero la deshonestidad no sólo se da por el hecho de robar bienes materiales. Hay personas que quizá no roban ni un céntimo, pero son deshonestos en su trabajo. Roban el tiempo o hacen un trabajo mediocre y así causan pérdidas a las empresas donde laboran. Estos individuos, cuando hay una evaluación de personal, son los primeros en perder sus puestos de trabajo. Estoy seguro que nadie pierde su trabajo por el hecho de ser un excelente trabajador, sino por su mediocridad. Quienes trabajan con esmero y honestidad conservan su puesto. Yo conozco a empleados que llegan a negociar su sueldo, porque son eficientes.
La deshonestidad destruye los negocios. Imagínese que va a una tienda a comprar un artefacto. Usted paga el precio del aparato. Llega a su casa y empieza a darle uso. Al poco tiempo se daña, porque el instrumento no era original, sino una imitación. ¿Cómo se sentiría…? Decepcionado, ¿verdad? De este modo, esta tienda va perdiendo clientes. Debemos convencernos que la confianza es el mejor capital que tenemos los hombres. Pensemos, por ejemplo, en un banco, si éste pierde la confianza de sus clientes de inmediato va a la quiebra. En cambio, las empresas que se mantienen a flote son aquellas que brindan confianza.
Cierto día, un rey convocó a todas las señoritas de su reino para elegir una novia para su hijo. A cada una le dio un puñado de semillas de flores, recomendándoles que las cultiven con esmero y que en un determinado tiempo regresen, con las flores que hayan producido. Llegado el tiempo indicado todas las jovencitas acudieron al palacio vistiendo lujosos trajes y portando hermosos manojos de flores. La hija de la cocinera, que estaba profundamente enamorada del príncipe, también acudió, pero sin ninguna esperanza, pues su atuendo no era de los mejores y no llevaba ningún ramo de flores, ya que sus semillas no habían crecido. Sin embargo, a ninguna joven encopetada escogió el rey como novia para su hijo, pues, todas eran farsantes: las semillas que les dio estaban viciadas y por tanto su crecimiento era imposible. En cambio, la hija de la cocinera, al acudir sin ninguna flor, fue honesta. Por su honestidad probada, llegó a ser una ejemplar princesa.
Por: P. Walter Malca Rodas; del libro «Levanta el vuelo».