Cuenta la historia que un hombre se dirigió a Dios y le dijo: “Habla, Señor, conmigo…”. Un ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no lo oyó.
El hombre repitió: «Dios, habla conmigo». El eco de un trueno se oyó, mas el hombre fue incapaz de oír.
El hombre miró alrededor y dijo: «Dios, déjame verte». Una estrella brilló en el cielo, Pero el hombre no la vio.
El hombre comenzó a gritar: «Dios, muéstrame un milagro». Un niño nació, mas el hombre no sintió el latir de la vida.
El hombre comenzó a llorar y a desesperarse: «Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo…». Una mariposa se posó suavemente en su hombro y el hombre espantó la mariposa con la mano y, desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo.
La historia termina con la siguiente reflexión: ¿¿¿ Hasta cuándo mantendremos nuestros ojos y nuestros corazones cerrados, para los milagros que la vida nos presenta en todo momento???
En una oportunidad me encontraba dirigiendo un taller de oración bíblica. En una sesión estábamos meditando el episodio donde los judíos orgullosos le preguntan a Jesús: “Qué señal puedes ofrecernos para que, al verla, te creamos? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo.” Ante esta pregunta llena de vanagloria Jesús les contestó: “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio pan del cielo. Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo” (Jn. 6, 30-32).
A los participantes del taller les estaba explicando, que fundados en este texto podemos darnos cuenta que los judíos del tiempo de Jesús creían que Moisés les dio a sus padres el maná en el desierto (Ex. 16,1-20), pero Jesús les aclaró fehacientemente que en realidad no fue Moisés, sino Dios. Moisés simplemente fue un medio, un instrumento para que Dios manifieste su poder.
Además de ello también les expliqué que, según los estudios bíblicos modernos, el maná propiamente no fue un hecho milagroso, sino un efecto natural producido por un arbusto del desierto de la región central del Sinaí, especie de tamarindo, que destila una especie de savia, a consecuencia de unos insectos y que solidifica al contacto con el aire frío de la noche. Este producto se recoge en el mes de mayo y junio.
De igual modo, el asunto de la codornices tampoco fue un evento milagroso, sino un acontecimiento natural. Éstas, cansadas de la travesía del Mediterráneo, a su regreso de la migración a Europa, suelen caer en gran número en la costa, al norte de la península, empujadas por viento del oeste.
Nosotros estamos acostumbrados a ver estos acontecimientos como hechos milagrosos. Sin embargo, como podemos ver no fue así. Fueron acontecimientos naturales en los cuales los judíos, que caminaron por el desierto, con su actitud contemplativa vieron la manifestación de Dios.
Al realizar esta explicación, los participantes del taller bíblico se quedaron muy cuestionados. Una señora muy entusiasta y dinámica rompió el silencio y apuntaló: “Padre, yo creo que muchas veces nosotros estamos muy equivocados. Son tantas las oportunidades que igual que los judíos del tiempo de Jesús estamos buscando acontecimientos extraordinarios y no nos damos cuenta que el actuar de Dios, de ordinario, se manifiesta en los acontecimientos naturales. A mí me ha sucedió algo interesante:
En una oportunidad me encontraba atravesando por unos momentos muy difíciles en el plano económico y familiar. Esta situación estaba afectando mi vida emocional y espiritual. Yo no sabía qué hacer para salir del atolladero en el que me encontraba. Le pedía a Dios que me iluminara, pero Dios parecía que hacía caso omiso a mis peticiones.
Sin embargo, en ese tiempo recibí mucho cariño y comprensión de parte de muchos familiares y amigos. Recuerdo que una amiga, muy querida, me dio un consejo que ha iluminado mucho mi vida y me ha dado fuerzas para salir adelante. Yo que pensaba que Dios no había escuchado mis súplicas, ahora me estoy dando cuenta que Él siempre me ha escuchado y ha respondido mis oraciones. Lo que pasa es que yo he estado tan ensordecida por mi pesar que no he sido capaz de escuchar su voz.
Ahora estoy empezando a comprender que ese cariño que recibía de mis familiares y amigos cercanos era el cariño de Dios. Ellos simplemente eran instrumentos. De igual modo, el consejo genial de mi amiga, fue la respuesta de Dios a mis oraciones. Gracias, Padre por ayudarme a comprender esta verdad”. Frente al testimonio de esta mujer yo narré a la asistencia la siguiente metáfora:
Cuenta la historia que cierto día un pueblo empezó a inundarse. La gente, ansiosa, acudió al pastor que estaba en su oficina, y le dijo: “Venga con nosotros, el pueblo se está inundando”. “No se preocupen por mí. Dios me salvará”, respondió el pastor.
En poco tiempo, el agua había crecido demasiado y ya llegaba hasta el techo de la casa. El pastor estaba en la azotea. En eso se acercan dos boteros y le dicen: “Venga con nosotros. Suba al bote”. “Muchas gracias, pero no se preocupen por mí. Dios me va a salvar”, nuevamente les respondió.
En un instante más, el agua creció desmesuradamente y ya le llegaba hasta el cuello. Fue entonces cuando apareció un helicóptero desde donde le descolgaron una soga para que se cogiera y trepara por ella. Pero él se negó definitivamente, creyendo que Dios lo salvaría.
Al final muere ahogado el hombre de fe y cuando llega al cielo le increpa a Dios: “Eres un farsante. ¿Por qué me has hecho esto? Te rogué con todas mis fuerzas para que me salvaras y no has acudido. Ya no creo en tu bondad”.
“Hijo mío -le respondió Dios-, yo sí he atendido a tus súplicas: primero te envié a los habitantes del pueblo, luego me acerqué con el bote, al final te envié un helicóptero, pero tú has rechazado mi ayuda. Lamento mucho que hayas sido tan ingenuo”.
Muchas veces las personas estamos como este hombre religioso que, por buscar la manifestación extraordinaria de Dios, desechamos sus manifestaciones ordinarias. Es bueno comprender que Dios nos habla siempre en cosas creadas y en los acontecimientos de nuestra vida y de la historia. Dice una hermosa reflexión: “Cuando el corazón del hombre se llena de Dios el mundo entero se puebla de Dios. Levantas la primera piedra y aparece Dios. Alzas la mirada hacia las estrellas y te encuentras con Dios. El Señor sonríe en la flores, murmura en la brisa, pregunta en el viento, responde en la tempestad, canta en los ríos… Todas las criaturas hablan de Dios cuando el corazón está lleno de Dios.
Finalmente pidámosle al buen Dios para que llene nuestro corazón de su gracia y así podamos ver su presencia en cada momento de nuestra vida.
Por: P. Walter Malca Rodas; del libro «El amor es la única alternativa».