Además de la ceguera de la ambición existen otros tipos de cegueras, como por ejemplo las cegueras del poder, las cegueras del placer, etc. Estas cegueras no son el patrimonio de la gente de la sociedad actual, sino que han estado presentes a lo largo de la historia. El pueblo judío, en el tiempo de Jesús, era un pueblo ciego que no fue capaz de reconocer al Mesías. Jesús se esforzó por recuperar la visión de su pueblo, pero no fue fácil. Ya sabemos cómo se comportaron y qué hicieron con Él.
Pero las cegueras son tan antiguas, como el hombre. También han estado presente en la gente del Antiguo Testamento (Jr. 5,21). Por eso, los profetas anuncian las promesas mesiánicas como un tiempo donde los ciegos podrán ver con claridad (Isaías 42,7). Estas promesas se han hecho realidad con Jesús, el hombre de la visión, que es capaz de dar la vista a los ciegos (Lc. 4,18). Por eso, Jesús criticó duramente las cegueras espirituales. A la gente, incluso a veces a los discípulos, les decía: “Tienen ojos y no ven” (Mt. 13,13-15; Mc. 8,18; Lc. 19,42).
Jesús es el hombre de la visión. Los evangelios nos narran que a muchas personas Jesús les miró y esa mirada les transformó la vida. Sin hacer un examen exhaustivo, consideremos algunos casos:
“Pasando Jesús junto al lago Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que estaba echando las redes en el lago, pues eran pescadores”, “un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes” (Mt. 4,18-22; Mc. 1,16-19). “Cuando iba de allí, vio Jesús un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: Sígueme”. (Mt. 9,9). Dice el evangelio que al joven rico Jesús “lo miró con cariño” (Mc. 10,21), aunque parece que en este caso su mirada no lo convirtió.
También hay otros casos donde la mirada de Jesús va más allá de la visión física: “Trajeron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos los reprendían. Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: dejen que los niños venga a mí”. De lejos ve una higuera y se acerca (Mc. 11,13). Jesús ve la intención torcida de los fariseos (Mc. 12, 15). Jesús ve las intenciones de la gente rica que echa su dinero en el cepillo del templo y el gesto de la pobre viuda que echa dos monedas de muy poco valor (Mc. 12, 41-44). Jesús también ve la desesperación de la gente y siente compasión por ello: “Al ver Jesús a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y desorientados como ovejas sin pastor”. (Mt. 9,36).
Pero Jesús no solamente ve, sino que además concede la visión a algunos ciegos: Jesús sana a un ciego en Betsaida (Mc. 8,22-26), al ciego Bartimeo (Mc. 10,46-52), a dos ciegos (Mt. 9,27-31), sana al ciego de Jericó (Lc. 18,35-43). Pero, a mi criterio, el milagro más hermoso donde Jesús devuelve la visión es a los discípulos de Emaús, que se encuentra en el evangelio de Lucas. Antes de considerar este episodio veamos el tema de la visión en este evangelio.
Para Lucas el tema de la visión es muy importante. En este evangelio Jesús inicia y termina su ministerio con el tema de la visión. Veámoslo: Después de su bautismo y del ayuno de cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, donde fue tentado por el diablo, Jesús, regresó a Galilea y fue a Nazaret, el lugar donde se había criado y ahí, el día sábado, ingresó a la sinagoga y fue invitado para que lea el libro del profeta Isaías que dice:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia de Señor” (Lc. 4,18-19).
A este texto se le conoce como el discurso programático de Jesús, porque en él aparecen las líneas claves de su misión y una de esas líneas como podemos ver es “dar la vista a los ciegos”. Esto comprueba lo que he dicho hace un momento: que en el evangelio de San Lucas Jesús inicia su ministerio con el tema de la visión. Pero en este evangelio también Jesús termina su ministerio con el tema de la visión y esto se percibe en el episodio de los discípulos de Emaús. El Evangelio lo presenta de la siguiente manera:
“Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban tan ciegos, que no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
_«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
_«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó:
–«¿Qué?»
Ellos le contestaron:
_«Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo:
–« ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? »
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:
–«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
–«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
–«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc. 24,13-35).
En esta lectura vemos que inicialmente los discípulos están tan ciegos que no son capaces de reconocer al Señor que camina con ellos. Y no son capaces de reconocerlo porque ellos están ensimismados en sus conversaciones, en sus preocupaciones, en sus decepciones, en sus tristezas, en sus resentimientos, etc.
Pero el Señor tiene paciencia con ellos y con calma les explica las escrituras, hasta que al final del episodio, en la fracción del pan, a ellos se les abrieron los ojos y así pudieron ver de verdad y reconocieron que era el Señor.
Finalicemos este acápite, pidiendo al Señor Jesús, el hombre de la visión que nos conceda la gracia de ver con los ojos de corazón.
Por: P. Walter Malca Rodas; C. Ss. R.
Del libro «El amor es la única alternativa»