Vivimos en un mundo terriblemente materialista donde las personas hacen todo lo posible para obtener bienes materiales: secuestran, matan, roban, trabajan demasiado, olvidándose de sí mismos y de su familia, etc. Esta ambición por tener y acaparar se gesta desde nuestra más temprana infancia, pues de pequeños, muchas veces, nos hicieron sentir que las cosas valen más que nosotros. Es por eso que cuando adultos hacemos todo lo posible para adquirir bienes materiales. Lo curioso es que cuando logramos adquirir lo que deseamos nos sentimos tan insatisfechos; y ahí, donde nuevamente emprendemos la carrera de adquirir más y más, pensando que cuando tengamos tal o cual cosa seremos plenamente felices, sin embargo, la realidad no es así. De este modo entramos en un círculo vicioso que no tiene cuándo acabar.
El problema es que tenemos un vacío en nuestro corazón y ese forado, como hemos dicho, fue abierto en nuestra niñez con los mensajes que hemos recibido de parte de quienes estaban a cargo de nuestra formación. Para convencernos de ello fijémonos en los siguientes testimonios:
Un joven que participó en un retiro se expresó así: “Mi padre es carpintero y tiene su taller en casa. Ahí aprendí la carpintería. Recuerdo que una vez, cuando yo era pequeño, estábamos haciendo sillas. Yo recién estaba aprendiendo el oficio. Mi padre me advirtió: “Estas herramientas valen mucho, por eso debes tener un gran cuidado. Si las dañas soy capaz de venderte para recuperar lo que me han costado y así poder comprar otras”. Estas palabras me han afectado mucho, pues mi padre me dio a entender que quería más a sus cosas que a mí. No lo decía de broma, pues uno conoce cuando la gente bromea. Me lo decía en serio. De hecho parece que el mensaje oculto que me trasmitió aquella vez era cierto, pues él estaba más interesado en su taller que en nosotros, sus hijos. A menudo se le veía ensimismado en su trabajo, y a nosotros, sus hijos, nos dedicó muy poco tiempo. Y ese poquísimo tiempo lo usaba para regañarnos”.
Otro joven confesó: “De pequeño yo vivía en el campo. En una oportunidad mis padres me enviaron a cuidar pavos. Un pavo se había salido del grupo y yo con la intención que regrese le arrojé una piedra. Mi idea era que la piedra caiga cerca del pavo y lo asuste, pero lamentablemente no fue así. Calculé mal y la piedra cayó en la cabeza del animal y al instante lo mató. Cuando regresé a casa, muy confiado en que me iban a comprender les conté a mis padres. Mi madre se sulfuró mucho y me dijo: “¿Ves? Eres un malcriado, no tienes cuidado. Y ahora, ¿Quién me va a pagar por el pavo? ¿Acaso tú me lo vas a pagar? Por irresponsable soy capaz de matarte. A partir de ese momento me resentí con mi madre. Yo me sentía triste, culpable y avergonzado. Tenía mucha rabia por dentro: rabia contra mí mismo y contra mi madre por no saberme comprender”.
De lo expuesto se desprende que para lograr la paz del corazón urge descubrir nuestro verdadero valor.
Por: P. Walter Malca Rodas; C. Ss. R.
Del libro «La perla preciosa».