P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R
En un viaje que realizábamos a la ciudad de Lima, una amiga me confió que se encontraba preocupada porque se había dado cuenta que tenía un pequeño tumor. Yo le respondí:
“Nos queda muy poco tiempo para que te hagas un chequeo médico acá en Lima; así que sólo te queda esperar que lleguemos a Piura. Mientras tanto, debes tener mucha calma. Para ello debes darte cuenta que ese tumor es posible que sea maligno, pero también es posible que no lo sea. Es muy importante tomar conciencia que nos encontramos en el terreno tan movedizo de la pura posibilidad.
Si hoy sufres pensando que ese tumor es cancerígeno y al hacerte los exámenes te dicen que no es grave, tu sufrimiento seria absurdo. Incluso, si después del diagnóstico te afirman que es maligno, tendrás que aprender a abandonarte en las manos de Dios, dado que con revelarte no sacas absolutamente nada. Por el contrario, lo empeoras. Resignación no significa cruzarse de manos, sino aceptar la realidad tal cual es y no como desearías que fuera. Esa aceptación implica ponerse en las manos del médico y hacer todo lo posible para combatir la enfermedad, pero todo ello lo harás con mucha paz. Está demostrado científicamente que las personas que asumen sus enfermedades con mayor optimismo tienen más posibilidades de recuperación que los pesimistas”.
Mi amiga comprendió el mensaje y lo puso en práctica. Pronto recobró la alegría y el entusiasmo que característica de ella. Cuando regresamos a Piura se hizo el examen médico y el asunto no fue nada grave. Se imaginaba, amable lector ¿Qué hubiese sido si en Lima se hubiese deprimido, por el hecho de pensar que su enfermedad era cáncer? Ese sufrimiento hubiese sido infecundo, ¿verdad? Pero como ella es una mujer muy inteligente aplicó el principio de la realidad y encontró la paz de alma.
Hay mucha gente que sufre horrores por su necedad. Recuerdo el caso de un hombre al que un médico le dijo que tenía cáncer. El señor, que era de contextura robusta, se adelgazó enormemente. Algún amigo que lo hubiese visto en esas condiciones no lo habría reconocido con facilidad. Sus familiares lo trasladaron a Lima para que lo examinaran en un hospital especializado en esta enfermedad. Allí le detectaron una enfermedad distinta al primer diagnóstico. Esta anécdota nos hace comprender que tal hombre no se estaba muriendo a consecuencia del cáncer, sino que el miedo a esta enfermedad lo estaba matando. Su mente le estaba haciendo una mala jugada. Si él hubiese aplicado el principio de la realidad de seguro que no habría pasado por aquél terrible calvario.
Dicen que un señor, al ver pasar a la muerte junto a su lado, le preguntó: “Oye, ¿Qué haces tu para matar a tantos seres humanos? Mira a cuántos hombres has dado muerte desde el día que la raza humana apareció sobre la faz de la tierra”. La muerte, sin inmutarse, se encogió de brazos y dijo: “¿Yo? ….. No hago nada. Lo que pasa es que ellos se mueren de miedo.”