P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R
Cierto día, conversando con una amiga muy querida que tiene un excelente carácter, a pesar de tener una serie de problemas, le pregunté: “¿Cuál es el secreto de tu optimismo que te permite estar siempre entusiasta, a pesar del peso de la cruz que te ha tocado llevar?”. “La respuesta es muy sencilla – me contestó- lo que me da paz y fortaleza, a pesar de las contrariedades de la vida, es el hecho de haber descubierto que el diablo mide diez centímetros”. “¿Cómo que el diablo mide diez centímetros? -le interrogué- Por favor, ten la bondad de explicarme mejor esa idea”, le rogué.
“Claro, pues, padre –me respondió-. Fíjese. Si cree que el diablo es un gigante usted le va a tener miedo, ¿verdad? Pero si toma conciencia que es muy pequeño y que lo puede pisar, la batalla ya está ganada. La gran tragedia de la humanidad es creer que el diablo es un gigante, por eso los hombres le tienen tanto miedo y se dejan apabullar por él. Si descubrieran que él es muy pequeño se sentirían confiados en sí mismos y en la gracia de Dios. Entonces, el miedo desaparecería inmediatamente. Lo que pasa es que él tiene una habilidad extraordinaria para treparse y subir hasta el hombro y de ahí nos habla al oído. Es entonces cuando nos engaña haciéndonos pensar que es demasiado grande. A veces, incluso, se sube a la cabeza y nos hace sentir que nos tiene aplastados. Pero la clave para liberarnos de él, como le repito, es tomar conciencia de que es demasiado pequeño, a quien no hay por qué temer”.
La filosofía sencilla, pero profunda, de esta gran mujer me hizo reflexionar mucho y me ha ayudado a entender la razón del sufrimiento absurdo de mucha gente, que magnifica sus problemas. Estas personas ven a sus problemas tan grandes porque tienen un apego psicológico. Si tomaran distancia los verían pequeños y quizás insignificantes. Si desea, haga el siguiente ejercicio: Coloque cerca de sus ojos algún objeto pequeño y verá que no puede ver, pero si lo quita y lo arroja al suelo, el objeto está ahí; pero él no agota toda la realidad, que es mucho más amplia y variopinta. Consideremos la siguiente historia:
Cuentan que unos novicios vivían muy contentos, pensando que su monasterio era la cosa más hermosa que existía en el mundo. El maestro, queriendo darles una lección, los sacó al frente del monasterio y les preguntó: “¿Qué ven?”. “Vemos un monasterio imponente y majestuoso”, le respondieron. El maestro los llevó a una distancia considerable y les planteó la misma pregunta, a la que los discípulos respondieron: “Vemos un monasterio rodeado de hermosas plantas”. El maestro los subió a la parte más alta de una gran montaña, de donde apenas se podía divisar el monasterio, y les preguntó: “¿Qué ven?”. “Vemos un hermoso paisaje y nuestro monasterio es apenas un punto dentro de tan majestuosa belleza”. “Exacto -dijo el maestro-, para ser felices no hay que apegarnos demasiado a las cosas, situaciones o personas. Hay que tomar una distancia prudencial para verlos en su verdadera dimensión”. A esta reflexión del maestro podría añadir yo: “lo mismo hay que hacer con los problemas”.