“MI HIJO PERDIÓ LA FE, ¿QUÉ HAGO?”

En una oportunidad, una señora me visitó para hacerme la siguiente consulta: “Padre, estoy muy triste. Yo soy una mujer piadosa y devota. He tratado de educar a mis hijos en la fe, pero he fracasado, padre. He fracasado. Mis dos hijos mayores no van a misa. Dicen que son ateos y no creen en Dios. Eso me duelo mucho. La conducta de mi hijos mayores está repercutiendo en mi niño de doce años, quien también ya no quiere ir a la Iglesia, pues que por qué no les exijo a sus hermanos mayores. ¿Qué hago, Padre, que hago?”.

En primer lugar, hija mía, -le dije- te invito a tranquilizarte. No sacas nada poniéndote nerviosa, triste y deprimida. Si tú asumes esta actitud te vas a enfermar y tus hijo no va a retornar a la fe. No es decisivo que tus hijos hayan perdido la fe, lo importante es que tú no pierdas la fe. Y tener fe es cree que Dios está con nosotros en las buenas y en las malas, en cada instante de nuestra vida, que Dios está contigo en este momento triste. La presencia de Dios debe fortalecerte y confortarte.

Tú ya has hecho lo que has podido, lo demás déjalo en las manos de Dios. Tus hijos ya son adultos, ya tienen juicio de criterio y no puede obligarle, ni imponerle tu creencia. Comparte con ellos tu fe con sencillez, cariño y humildad, pero no lo quieras imponer. A tu hijo pequeño síguelo formando, pues está bajo tu responsabilidad y aún está en proceso de formación, pero a tus hijos mayores déjalos ser. A veces pasar por crisis de fe parte del proceso del crecimiento espiritual.

Yo mismo en alguna momento de mi vida pasé por una etapa de duda en mi fe. Siento que esa crisis me ha fortalecido, porque una vez que superé esa duda mi se ha fortalecido. Ahora puedo conversar con base y fundamento con las personas ateas. Por eso no hay que tener miedo a las crisis, porque una vez superadas son beneficiosas. Creo que ahora tu papel es orar por tus hijos para el Señor toque su corazón, pero no te desesperes, porque Dios tiene su tiempo, su momento. Permíteme contarte un cuento:

Dicen que en una ocasión una mujer, igual que tú, acudió a un sacerdote a contarle que sus hijos había perdido la fe y le preguntaba qué podía hacer. El sacerdote le ordenó que se acercara a le ventana de su despacho. La mujer obedeció al mandato del clérigo. Una vez que estuvo ahí le preguntó: “Qué ves al otro lado”. “Veo un campo hermoso, lleno de verdor, -le respondió la señora-, en medio del campo hay una árbol coposo, en el cual está amarrada una yegua, la cual tiene dos potrillos que juguetones van y vienen, van y vienen”. “Ahora, ven acá”, le ordenó.

Una vez que la señora estaba nuevamente frente al sacerdote, éste apuntaló: “Tú eres como esa yagua, y no te ofendas por favor, por compararte con ese animalito. Tú eres como esa yegua que está atada al árbol. Sus hijos van y vienen, porque ella es su punto de referencia. De igual modo tú eres el punto de referencia para tus hijos, ellos son como los potrillos que van a vienen. Lo importante es que tú estés atada a Dios y que no te sueltes de su mano. Tus hijos ya retornarán en el momento oportuno. Reza por ellos déjalos en las manos de Dios”.

El mismo consejo que le di a esta señora, quiero darte en esta oportunidad: “Si tienes hijos y han perdido la fe. No te preocupes, no te desesperes. Habla con ellos, comparte tu fe con sencillez. Y si no te hacen caso, ora por ellos. Que Dios te bendiga.