Ten la sensatez de perdonar

P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R

         Una joven, con los ojos vidriosos de tanto llorar, se me acercó para decirme lo siguiente: “Padre, quiero pedirle un consejo. Mi novio, con quien  sostuve una relación de enamorados desde hace cuatro años, me ha traicionado con una mujer que no vale la pena. Siento una profunda tristeza y un gran dolor en mi corazón. Se me han quitado las ilusiones y no tengo ganas de vivir. Ahora sólo quiero vengarme de ellos, de un modo tan cruel, para  que paguen todo el mal  que me han hecho. Me siento muy mal. A pesar de que ya ha pasado un año de lo sucedido no he podido liberarme de esta carga emocional. En las noches, que por cierto me las paso muchas veces en vela, me pongo a pensar y siempre me pregunto: ¿Por qué tuvo que suceder esto?… Maldigo mi suerte y la de ellos, y deseo que se los trague la tierra”.

La situación emocional de esta joven es similar a la de muchas otras personas que he conocido. Ellas suelen vivir esclavizadas en el infierno del odio, donde permanecen atadas al pasado con cadenas imaginarias que sólo existen en su mente. Esta gente navega sin cesar en un mar infinito de sufrimiento estéril e innecesario. Desean que pronto termine la travesía para pisar tierra firme y sentir la paz y el sosiego, pero no saben cuándo será ese arribo feliz. 

Si tomaran conciencia que la medicina para curar sus heridas se encuentra dentro de ellas mismas, pronto recobrarían la salud espiritual y, entonces, la dicha volvería a florecer en el jardín de su vida. Esa medicina prodigiosa, que es como el elixir de la vida, tiene un nombre maravilloso: se llama perdón.

“Padre, ya sé que el perdón es la clave para encontrar la paz y ser feliz, y, precisamente, eso es lo que más quiero; pero, ¿Cómo perdonar?… Lo que pasa es que no puedo olvidar lo que me han hecho”, me replicó la joven. “El perdón no es olvido -le respondí-.  Si tuvieras que olvidar lo que te pasó tendrías que mutilar una parte de tu cerebro y eso no quiere Dios.

El perdón es despertar. Es decir, tomar conciencia de que el pasado ya es pasado  y sólo existe en la mente, sin ningún fundamento en la realidad. Ensañarse contra el pasado es como coger brasas candentes  y eso es una locura, una verdadera estupidez. ¿Qué pensarías de pronto si ingresas en una habitación y encuentras a una persona bañada en sangre, por el hecho de estar dándose cabezazos contra la pared?… Lo más seguro es que piense: “Esta persona está loca”. Pero eso es precisamente lo que hacemos cada vez que nos lamentamos por cosas que nos sucedieron o nos dejaron de suceder; dado que el tiempo pasado se ha convertido en una muralla infranqueable que no cederá ni un milímetro, a pesar de nuestros vanos intentos.

Por eso, es importante aprender a dejar los imposibles, recordando siempre que el perdón es un arte excelso, que sólo lo practican los sabios y prudentes.