UN SUEÑO MARAVILLOSO

Por: P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R.

En estos días tuve un sueño…, un sueño muy interesante y maravilloso que me ha llenado de mucha paz y gran alegría. Al compartir este sueño contigo no lo hago pensando que es una revelación que debe ser divulgada. No, mas bien pienso que es una experiencia muy personal. Lo comparto porque a mí me ha ayudado y pienso que también te podría ayudar a ti.

El sueño era el siguiente:

En un campo inmenso, lleno de verdor, adornado por una gran variedad de hermosas flores y cubierto por un cielo azul salpicado por unas nubes blanquecinas, había una piedra grande, donde estaba sentado Jesús. Vestía una túnica blanca, con un cinturón. Él miraba el horizonte y yo estaba a su lado haciéndole compañía. Me sentía seguro en su presencia. Su mirada era triste. En un determinado momento le pregunto:

-¿Por qué estás triste?”.

El me responde:

-Hay un dolor muy grande en mi corazón.

-¿Por qué te duele el corazón?

-Por la ingratitud de la gente.

En eso me enseña muchas iglesias vacías y la gente desorientada haciendo un sinfín de cosas sin sentido. Al contempla tal imagen el Señor empieza a llorar diciendo:

-lloro por mi pueblo, porque está igual que Jerusalén, cuando yo estuve en la tierra, que no comprendió lo que conduce a la paz y no reconoció el momento de mi venida.  Tienen que comprender que soy el único camino que conduce a la paz. Ve y llama a mi pueblo y diles que vengan a mí los que están cansados y agobiados y encontrarán descanso para su alma. Diles que sólo en mí encontraran lo que buscan con tantas ansias, que sólo en mí pueden encontrar el sentido de su vida.

Ante tal mandato acudo a la gente y les digo:

-Vengan a ver el Señor Él quiere darles un mensaje de paz, esperanza y vida. Venga pronto que está llorando, quizá podamos consolar su corazón afligido.

La gente acude y se ubica alrededor de la piedra y el Señor empieza a hablarles.

-Queridos hijos, mi pueblo amado: ¿Qué más puedo hacer por ustedes? Yo lo he dado todo. Les di mi sangre, mi vida…, me di yo mismo. Ya no tengo nada más que darles. ¿Por qué son duros de corazón? Cada Semana Santa para mí es muy doloroso, porque revivo la pasión que viví, pero además de ello tengo que cargar con la indiferencia de la gente, indiferencia que llega al culmen de olvidarse totalmente de mí. Estoy triste, sí, porque siento el abandono de ustedes, pueblo amado. Lloro como lloré por Jerusalén. A ver si ustedes consuelan mi corazón afligido, con un poco de amor. Búsquenme y me encontrarán, llámenme y les responderé, toquen y les abriré. La respuesta está en el corazón de cada uno de ustedes. Yo no estoy fuera. Yo estoy dentro, en el corazón de cada uno. Pero ustedes se afanan en buscarme fuera: en los placeres, en la fama, el poder, en el dinero. Ahí no estoy yo. Yo estoy en el corazón de cada uno. Ahí me pueden encontrar cuando deseen. Recuerden que yo dije: “El reino de Dios no vendrá espectacularmente, porque el reino de Dios está dentro de ustedes”. Yo soy el rey y quiero ser el rey de tu corazón. Deja a todos los reyezuelos que tienes, abandona toda idolatría y prepara un trono en tu corazón para que yo pueda reinar en él.

-Señor, ¿cómo podemos vivir la Semana Santa en este año? –Preguntó una anciana.

-Este año será una Semana Santa diferente –prosiguió el Señor-, una semana donde experimentarán un poquito los padecimientos que yo sufrí. Aprovechen la ocasión para pensar, para reflexionar, para orar. Alimenten su espíritu con la oración, la meditación, la entrega, la generosidad. Pídanme mi mente para poder entender y honrar a mi Padre. Si ustedes me piden tener mi mente yo se los daré.

Un hombre lleno de soberbia le replicó:

-Señor, ¿nos estás reprochando nuestra indiferencia?

El Señor se puso la mano en el corazón y suspirando profundamente dijo:

-¿Crees que en mi corazón hay odio y resentimiento? Tienes que entender que no existen esos sentimientos en mi corazón. Yo no puedo sentir otra cosa diferente del amor. Yo soy el amor puro y perfecto. Lo único que deseo es que experimenten mi amor y llenen su corazón de este sentimiento para que puedan amar a los demás con el mismo amor que yo les tengo. Jamás podré dejar de amarles. Si en mi corazón hubiera una chispa de odio o resentimiento dejaría de ser Dios, porque ya no sería el Amor Puro.

En mí no existe el desprecio. Es más, no puedo despreciar a nadie. Que nadie me tenga miedo. Al contrario me gustaría que confíen plenamente en mí, que crean que yo soy el único que les puedo salvar, yo soy el único que les puedo liberar. Desengáñense de una vez por todas: no hay salvación fuera de mí. Yo soy el único y verdadero Salvador. Yo soy la salvación.

-Señor, ¿qué podemos hacer para ser felices? –preguntó un joven.

-Sean auténticos. Mi Padre les hizo únicos, absolutos e irrepetibles; pero ustedes se afanan en vivir vidas extrañas. Ustedes viven vidas ajenas. La tragedia de la humanidad es que los hombres nacen originales y  mueren como fotocopias. Por eso no son felices. La felicidad está en la sencillez, en la simplicidad, en el amor. Aprenden de mí que son manso y humilde de corazón y encontrarán reposo para sus almas.

Rechacen la hipocresía y sean sinceros: Si desean reír, rían; si desean llorar, lloren. No se inhiban. No repriman sus sentimientos. Dejen que la vida fluya, no la detengan, porque eso es precisamente la vida: un continuo fluir. Nadie podrá contener la vida en un depósito, pues la vida es un río grande, profundo y caudaloso y el que quiera contenerlo se hará desgraciado hasta que la deje fluir. La vida es dinamismo, fluir, caminar, avanzar. Ríanse, trabajen con emoción e ilusión, hagan bromas, no se dejen contagiar por el pesimismo asfixiante de gente que desea contener la vida en el pasado. Hagan la vida llevadera y no pesada. Recuerden que “mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

-Señor, ¿qué hacer para cambiar de vida? –preguntó una mujer, con maquillaje atrayente y ropas estrechas y llamativas.

-Oren y oren mucho –dijo el Señor-. Sólo yo puedo transformar el mundo y sus corazones, pero necesito la fuerza de la oración.  Recuerden que no hay intercesión si no hay oración. La oración es la fuerza que tienen ustedes los hombres y la debilidad de Dios. Así es que oren siempre sin desanimarse.

-¿Sólo basta la oración? –preguntó un hombre con talante intelectual.

-No, además de orar tienen que actuar. La oración sin acción es ineficaz. Recuerden esa famosa frase que usan con frecuencia: “A Dios rezando y con el mazo dando”. Hay que rezar, pero también hay que actuar. También hay otra frase que condensa esta verdad: “Hay que orar como si todo dependiera de Dios y hay que trabajar como si todo dependiera de nosotros”. San Benito lo expresó modo singular: “Ora y labora”. Aquí está el secreto de la transformación: orar y actuar. Si sólo oras y no actúas es fideísmo, si sólo actúas y no oras es voluntarismo. La clave está en integrar oración y acción.

-Señor, danos tu bendición, -le suplicó una niña muy linda con ojos vivos y mirada tierna e inocente.

-Benditos son ustedes los niños, porque de ustedes el reino de los cielos –le dijo el Señor. Luego, dirigiéndose a la multitud y levantando las manos con las palmas dirigidas hacia abajo, prosiguió:

Benditos todos ustedes si escuchan mis palabras y las ponen en práctica,

benditos sean ustedes si siguen mi camino,

benditos sean ustedes si me buscan con sincero corazón,

benditos sean ustedes si se dejan amar por mí y llenan su corazón de mi amor puro y sincero,

benditos sean si hacen lo que yo les digo.

Amén.

Después de la bendición hubo un gran silencio. Era como si cada uno estuviera asimilando las sabias palabras que había escuchado. En silencio se fue marchando uno a uno. A final, nuevamente, me quedé solo con el Señor. En un determinado momento nos levantamos. Me dio un fuerte abrazo, que poco a poco me fue asimilando en su ser hasta que quedó solo el Señor. Yo me sentía feliz, muy feliz. Era una felicidad que jamás había experimentado.