P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R
Una señora, que me conocía, cierto día vino a visitarme para hacerme una consulta: “Padre -me dijo- usted sabe que la situación económica esta mal. Mi esposo, de quien estoy separada, aporta muy poco a la casa. Así que tengo muchos apuros económicos. Por esta razón voy a viajar a Lima para ver si encuentro trabajo. Arrendaré mi departamento y así podré ahorrar algo, pero hay otro problema:
Se trata de mi hijo, que en el presente año termina sus estudios en la universidad. Yo sé que a ambos nos va a doler mucho separarnos, pero, ¿qué vamos a hacer? Tendremos que asumir esta dosis de sacrificio como parte de nuestra historia. Pero lo que más me preocupa es dónde se va a quedar él. Claro que le puedo conseguir un cuarto y pagar una pensión, pero no es igual, no habrá nadie que le controle y tengo miedo que se pueda perder. Por eso, quiero pedirle un gran favor.
Yo sé que ustedes, los Padres Redentoristas, tienen aquí un grupo de jóvenes en el seminario. ¿Será posible que reciban a mi hijo? A lo mejor descubre su vocación. Yo estoy dispuesta a pagarles por la estadía y alimentación; pero tenga la bondad de recibirlo”.
Desde luego que, ante tal pedido, inmediatamente le dije que no, dado que en nuestro seminario aceptamos a jóvenes que tienen una vocación clara y definida. Pero no voy a ahondar más en la respuesta que le di a esta señora; sólo quiero centrarme en su intención.
Esta señora, al hacer tal pedido, quiere ahorrar el sufrimiento de su hijo y el de ella misma. Como tal motivación es inconsciente, traté de evidenciarla diciéndole:
“Sé que para ambos la separación es muy dolorosa. Pero lo que deseas no está bien, puesto que quieres tener a tu hijo en una burbuja de cristal. Me has dicho que en este año ya termina la universidad, por lo tanto ya es un joven que tiene una edad considerable, que se puede valer por sí mismo. Quizás la separación de ustedes, lejos de ser una desgracia, es una gracia; que les permitirá crecer. Hay padres sobre protectores que, por ahorrar el sufrimiento de sus hijos, estropean su crecimiento humano. Considera el mensaje de la siguiente historia:
Cuentan que un campesino encontró un capullo de una mariposa. Con entusiasmo la llevó a casa para ver cómo venía al mundo este animal. Todos los días lo contemplaba con ansias de ver cumplido sus deseos. Cierto día, creció su entusiasmo, al ver que el capullo tenía un pequeño orificio y allá en el fondo una larva luchaba desmesuradamente por salir. Contempló aquella escena un buen rato hasta que al final, al ver que no progresaba, llevado por su compasión cogió una tijera y con mucho cuidado amplió el orificio del capullo. De este modo la larva salió inmediatamente, sin el mayor esfuerzo. El campesino estaba ansioso por ver el momento en que el animal extendería sus alas por el aire y empezaría a volar. Pasó el tiempo y su entusiasmo se convirtió en frustración, pues aquel bicho no despegaba del suelo, donde solamente se daba círculos concéntricos. Lo que pasa es que el campesino, ignorante, con muy buenas intenciones, le hizo un terrible daño al abrir el capullo para ahorrarle el sufrimiento. La lucha, en este caso, es querida por la naturaleza, dado que en el forcejeo que hace la larva por salir del cascarón, envía fluidos del cuerpo hacia las alas para fortalecerlas.”