Cuando nos sucede alguna desgracia sólo nos queda adoptar dos actitudes: ser víctimas o victoriosos. Los que asumen la actitud de víctimas adquieren una actitud pasiva, se sienten impotentes, llenos de resentimiento se amargan y se hunden en la tristeza, la desesperación y la desolación. En cambio los victoriosos, sin negar el dolor, asumen una actitud activa y creativa: acogen su dolor con amor y esperanza, creen que ese dolor tiene algún sentido, algún beneficio, que les va ayudar a crecer y a madurar, buscan la manera de sobreponerse a la adversidad. Ilustremos estas actitudes con los siguientes casos citados por el Dr. Camilo Cruz, en su libro “¡Nunca te des por vencido!”:
El primer caso se trata de “uno de los personajesde ficción más famosos, la señorita Havisham, de la clásica novela Charles Dickens, Grandes Esperanzas. Faltando veinte minutos para las nueve de la mañana del día de su boda, mientras se vestía, recibió una carta de su prometido diciendo que no iba a proseguir con la ceremonia.
Humillada y con el corazón roto, la señorita Havisham congeló su dolor en el tiempo al detener todos los relojes en el momento exacto que recibió la carta de rechazo. Permaneció en su habitación los últimos 30 años o más de su vida sin quitarse el vestido de novia, dejando el ponqué de novias en la mesa. Su venganza contra los hombres consistió en adoptar a una huérfana, Estella, y criarla como una princesa de hielo que los seduce con su apariencia y encantos, sólo para después romperle el corazón.
Al final de la novela la señorita Havisham literalmente es una mujer frágil y quebrada. Su vestido está descolorido y andrajoso, su piel es delgada y arrugada, por la falta de sol. Muere cuando su largo vestido toca una brasa de la chimenea y su seco traje de novia se enciende en llamas.
El segundo relato es un caso real. Se trata de Teanne Harris, cuyo prometido se arrepintió a sólo seis días de la boda. Al descubrir que era demasiado tarde, como para lograr un reembolso por la recepción, la señorita Harris decidió convertir su recepción de bodas en una fiesta para los 340 residentes de la cercana comunidad de retiro AsburyCourt. Aunque no conocía a ninguno de los residentes, llevó todo al salón de recepciones: comida, flores, la decoración de las mesas, la música”.
En una declaración confesó: “Me esforcé mucho para planear la fiesta y, dejar que se desperdicie todo, me hubiese roto aún más el corazón. Los residentes me ayudaron dándome algo de alegría al verlos disfrutar la comida, la decoración e incluso la música”.
Amable lector, fundado en esta reflexión, permítame hacerle una pregunta: Cuando le sucede alguna desgracia, alguna decepción que le causa dolor ¿Usted suele asumir una actitud de víctima o de victorioso? Lo importante es que usted sea victorioso; es decir que acoja su dolor con amor, con fe, optimismo y creatividad.
DE VÍCTIMA A VICTORIOSO
Pasa pasar del complejo de la víctima a una actitud victoriosa te aconsejo lo siguiente:
- Descubre que la actitud de víctima es totalmente inútil y estéril, pues no te ayuda en nada. Al contrario, te enferma, dado que las quejas te ofuscan e intoxican tu alma.
- No reprimas tu dolor. Sé consciente de él. Acógelo con cariño, como si acariciaras a un ser querido o a un niño enfermo.
- Convéncete que ese dolor puede tener un sentido, una finalidad. Busca el lado positivo de ese sufrimiento. Puedes plantearte la siguiente pregunta: ¿Qué de bueno hay en esta experiencia? ¿Qué lecciones puedo sacar para enriquecer mi vida?
- Cree que tú eres capaz de soportar ese dolor y que serás capaz de superarlo. La prueba de que puedes soportar ese sufrimiento es que aún estás vivo, a pesar del dolor. Con amor y paciencia, una y otra vez, puedes repetir esta frase: “Yo puedo soportar este dolor”
- Ora con fe y pídele al Señor que te ayude a cagar la cruz que te ha tocado con paciencia y amor. También pídele que te ayude a descubrir el sentido de ese dolor.
- Finalmente medita el siguiente texto: “Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio” (2Tes. 1,7).
CONCÉDEME UN ESPÍRITU VICTORIOSO
Señor Jesús, Tú eres el hombre más victorioso que ha existido sobre la faz de la tierra; pues has vencido a los enemigos más grandes del hombre: el pecado y la muerte. A ti, que has alcanzado la victoria de la resurrección te suplico que me concedas un espíritu victorioso, que sea capaz de vencer los desánimos, las desgracias y todos los obstáculos que se me presenten en la vida.
No permitas que el complejo de la víctima haga estragos en mi ser, pensando que soy una marioneta en manos del destino caprichoso. Ayúdame a comprender que soy el único protagonista de mi historia; y que, ayudado por tu gracia, puedo hacer maravillas, porque Tú estás conmigo y estás a mi favor.
No permitas, Señor, que Jamás me amilane ante el dolor y el sufrimiento. Que entienda que mis problemas no son maldiciones, sino bendiciones que me pueden ayudar a crecer y a madurar, si los asumo con paciencia y sabiduría. Ayúdame a confiar que todo lo que me sucede en la vida tiene un sentido y una finalidad. No permitas que me desespere ante el dolor y el sufrimiento. Sino que, al contrario, lo acoja con paciencia, confianza y esperanza, así como Tú cargaste tu cruz con amor y valentía.
Padre Nuestro… Ave María… Gloria.