En el libro del Génesis hay un episodio donde Jacob lucha con Dios (Gn. 32,23-32). Este episodio nos hace recordar que la vida es una continua lucha. En el momento que nos engendraron nuestros padres todos luchábamos para venir a este mundo. La lucha fue tenaz, porque había millones de competidores y, a final, nosotros fuimos los triunfadores. Esto quiere decir que desde el primero momento de nuestra existencia tenemos el rótulo de campeones de la vida. Así es que TÚ ERES UN(A) CAMPEÓN(A) DE LA VIDA.
Este triunfo primigenio es la gran figura del triunfo que tendremos al final de nuestra existencia con Jesucristo y debe ser la fuerza para afrontar cualquier tipo de problemas. En cualquier circunstancia que nos encontremos debemos recordar que somos campeones de la vida y que, así como triunfamos inicialmente, también triunfaremos venciendo cualquier obstáculo que se nos presente.
Es importante que nos forjemos una conciencia triunfadora, dado que hay gente que le gusta vivir con actitud de víctima, creyendo que han venido a este mundo para sufrir y eso no es cierto. Hemos venido a este mundo para triunfar y ser felices. Eso está inscrito en nuestro ADN, en las fibras más íntimas de nuestro ser. Sólo tenemos que recordar una y otra vez que somos triunfadores.
Si por el hecho de ser seres humanos ya tenemos el rótulo de “Campeones de la vida”, mucho más los cristianos estamos llamados a forjarnos esa actitud de victoriosos, porque seguimos al hombre más victorioso de la historia…, Jesús, quien venció a los enemigos más grandes del hombre: El pecado y la muerte. Por eso San Pablo dice que “En Jesús somos más que victoriosos” (Rom. 8,37).