AMOR A DIOS EN LOS MÁS NECESITADOS.

La exigencia del amor a Dios en el prójimo alcanza su cenit en el amor a los más necesitados, porque es en ellos donde se encuentra, de un modo tan real, Jesús. Esta idea la encontramos en la parábola del juicio final, donde Jesús se identifica con los hambrientos, los sedientos los extranjeros, los desnudos, los enfermos. A continuación, reflexionemos en las palabras de Jesús, según el evangelio de Mateo:

Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a un lado y los cabritos al otro».

Entonces el rey dirá a los de un lado: “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme”.

Entonces les responderán los justos: » ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo fuiste extraño y te hospedamos, o estuviste desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les responderá: “Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.  (Mt. 25,31-40).  Esta parábola tiene su parangón en la siguiente historia, que es muy conocida:

Dicen que, una vez, Jesús envió al arcángel Gabriel para avisar a una señora muy rica que al día siguiente le iba a visitar. La señora, como era de clase pudiente, estaba acostumbrada a recibir visitas importantes; pero en esta oportunidad la situación era distinta: nada más y nada menos que iba a recibir la visita de Jesús, el Señor, el Salvador. ¡Qué dignidad! ¡Qué dicha!… la de aquella mujer. Por eso ella se entusiasmó muchísimo.

Casi toda la noche la pasó dirigiendo a sus empleados en los preparativos y decoraciones de la casa. Al día siguiente, desde muy temprano, las cocineras empezaron a preparar los más deliciosos manjares y las más exquisitas comidas.

El reloj marcó las 12: 00 del medio día y Jesús no aparecía por ningún lado. A eso de la una de la tarde se escucharon unos golpes en la puerta y la mujer salió corriendo a tropezones. ¡Cuán grande fue su desilusión al ver a un mendigo harapiento y hambriento que le pedía comida! La mujer le dijo que no podía atenderle, porque estaba ocupada esperando una visita muy importante.

Más tarde tocó la puerta una señora pobre, que pedía comida para sus cuatro hijos. Ésta también fue despedida sin recibir ningún apoyo. De igual modo sucedió con un forastero que pedía posada. Al atardecer la mujer desesperada por haberse esforzado tanto y no recibir tan esperada visita murió. Cuando llegó al cielo, se encontró con Jesús y le dijo:

– “Yo estoy decepcionada de ti. ¿Por qué me has avisado que ibas a visitar mi casa y no has cumplido tu promesa? ¡Cómo es posible que tú, siendo Dios, seas mentiroso!”

Jesús le contestó: “Hija, tres veces te visité, pero no fuiste capaz de reconocer mi rostro. Las tres veces me echaste de tu casa.”

Entonces, la mujer comprendió que Jesús le había visitado en aquellas personas que le pidieron ayuda; pero ella fue incapaz de reconocerle y ya era demasiado tarde.

Esta historia, igual que la parábola del juicio final, nos ayuda a comprender que Dios está en los hermanos, pero, sobre todo, en los más necesitados. Por eso, si de verdad queremos amar a Dios tenemos que reconocer su rostro en la gente que más nos necesita.

Lo que acabo de decir es una gran verdad, pero esa verdad necesita ser matizada con la siguiente aclaración para no caer en ingenuidades:

Todos somos conscientes que vivimos en un mundo lleno de mentiras, donde a veces, por la deshonestidad de la gente, no es tan fácil distinguir entre quienes son los verdaderos necesitados y quienes son los farsantes. Esto exige una cierta dosis de sabiduría y discernimiento, porque hay caridades que, lejos de hacer el bien, causan daño. Ilustremos esta idea con la siguiente historia:

Cierto día, un mono se encontraba jugando en un árbol, que estaba plantado en la orilla del río. De pronto, al bajar la mirada, vio que un pez saltaba de vez en cuando.

El mono se quedó pensando y de inmediato le vino a la mente la frase que sus padres le habían enseñado: “Haz el bien y no mires a quien”. Impulsado por este pensamiento, bajó a la velocidad de un rayo y se colocó silente en una roca. En cuanto el pez saltó, lo cogió y se lo llevó a la orilla. El pez protestaba diciéndole: “Eres un criminal y un sádico. ¿Qué mal he hecho para que me hagas morir así?”. El mono respondió: “¡Eres un ingrato! ¿No te das cuenta que te estoy salvando de morir ahogado?”

Igual que este mono, muchas veces, llevados por nuestras ideas, creemos que estamos haciendo el bien, pero en el fondo hacemos daño. Pensemos, por ejemplo, en un drogadicto a quien usted le da propina. Usted queda con su conciencia tranquila de haber hecho una obra de caridad; pero en realidad no ha brindado una ayuda eficaz a esa persona, porque ha alimentado su adicción.

Es cierto que hay que ayudar a los que más necesitan, pero esa ayuda debe ser eficaz. Por eso, es muy importante que nos apropiemos del contenido de ese refrán que dice: “Si estás en el mar no regales pescado, mejor enseña a pescar”.