Mientras que la pedagogía del rigor pone énfasis en el principio de la autoridad y en la obediencia, la pedagogía del amor enfatiza el tema de la responsabilidad. Es distinto que un niño haga las tareas por miedo a sus padres y maestros que, por amor a los estudios, al conocimiento y porque sabe que si no estudia reprobará el año y el perjudicado será él, porque tendrá que privarse de las vacaciones.
El principio de la autoridad y de la obediencia al superior ha primado mucho, y a veces sigue primando, en el proceso formativo de la vida religiosa y clerical, en la Iglesia católica[1]. Es por eso que quizá tengamos pastores autoritarios y mandones. Un joven que salió de un seminario me dijo que en su centro de formación eran tan verticalistas que el formador les insistía demasiado en la obediencia. Les decía que: “si el superior ordena sembrar las cebollas con la raíz orientada hacia el cielo deben cumplir tal mandato”. A mi criterio, esta enseñanza es un enfoque equivocado, pues forma personas inmaduras. Por eso, más que enfatizar el principio de la autoridad y la obediencia debemos poner énfasis el principio de la responsabilidad.
La responsabilidad es una consecuencia inmediata de la libertad. Por eso, es muy importante formar hombres y mujeres libres con responsabilidad; es decir, con capacidad de responder por sus actos. Hay que enseñar a niños y jóvenes que con sus actos u omisiones engendran consecuencias por las que tienen que responder ellos mismos. Por eso, el Dr. Nathaniel Branden, en su libro “Los seis pilares de la autoestima”, dice que “La mala conducta se corrige mejor permitiendo al estudiante experimentar sus consecuencias lógicas que mediante un castigo”. Para ilustrar esta idea cita la siguiente anécdota:
“Cuando una clase se mostró reiteradamente perezosa y no cooperante en el momento de completar la lección, la maestra anunció que no se interrumpiría la clase para comer hasta concluir la lección. Cuando los estudiantes llegaron al comedor, la comida estaba fría y se habían comido parte de ella. Al día siguiente concluyeron todas las lecciones puntualmente y cada pupitre se limpió dos minutos antes de concluir la clase”.
Este autor extrajo la anécdota del libro de una pedadoga llamada Jane Bluestein, donde dice: “En las relaciones de autoridad, la mala conducta es una invitación al maestro para que ejerza poder y control. En ese tipo de ordenación nuestra respuesta inmediata es ¿cómo puedo enseñarle una lección” . En un aula del siglo XXI, las lecciones a aprender de nuestra mala conducta procederán de las consecuencias de esa conducta indebida, y no del poder del maestro… En el ejemplo (de la clase perezosa) los estudiantes se perdieron una comida por la mala elección que habían hecho y no como castigo por su mala conducta. Tan pronto como los estudiantes ordenaron su tiempo, dejó de haber razón para la consecuencia negativa (retrasar la comida) con posterioridad”.
El principio de la responsabilidad exige ver al error como una fuente de aprendizaje, comprendiendo que no hay error malo y que sólo es malo cuando no se aprende. Este principio lo apliqué con un grupo de jóvenes y los resultados fueron excelentes. La experiencia fue la siguiente:
En una oportunidad me encontraba dirigiendo un retiro a la promoción de un colegio prestigioso. Por la noche, las chicas habían sacado un colchón al pasadizo y estaban saltando sobre él.
Al día siguiente, antes de empezar el tema, su tutora les llamó la atención. Después que finalizó su intervención empecé mi charla hablándoles del colchón.
En un primer momento les dije que comunicaran las ideas que les evoca la imagen del colchón. Las chicas empezaron a pensar y dentro de muy poco tiempo empezó la lluvia de ideas: descanso, alegría, juego, sueño, etc.
“Bien, -les dije- ahora imagínense que en casa no tienen ningún colchón. ¿Dónde dormirían?”. “En el mueble”, me respondió una joven. “Pero ¿si eres tan pobre que ni siquiera tienes un mueble?”, volví a intervenir. Las chicas se quedaron muy silenciosas y de ahí aproveché para hacer la siguiente reflexión:
“Las personas, a menudo, no valoramos las cosas cuando las tenemos. Sólo las echamos de menos cuando las perdemos. Como sus padres tienen condiciones económicas ustedes no valoran lo que tienen. Es por eso que no valoran el colchón donde duermen. Pero deben tomar conciencia de las condiciones que tienen para que sean agradecidas con Dios, pues hay gente que no tiene ni siquiera dónde dormir. Pensemos en la gente de algunos pueblos jóvenes o en la gente del África».
Yo mismo lo he experimentado en carne propia. En una oportunidad fui de misión a un pueblito de la sierra. Ahí la gente era tan pobre que no tenía colchón. Con mi compañero de misión tuvimos que dormir sobre un poco de paja de trigo. Otros compañeros me contaron que la gente no los acogió y tuvieron que dormir sobre algunos palos.
¿Ven?, queridas hijas, es necesario que ustedes amplíen los horizontes de su corazón y piensen en los que no tienen para que valoren y den gracias a Dios de lo que tienen”.
Las jóvenes, en un profundo silencio meditativo, asentían con la cabeza mi reflexión. Yo continué explotando la ocasión. A una joven le pedí que me prestara su collar. Y le dije: “¿Qué sentirías si en este momento destruyo tu collar?”. “Sentiría mucha rabia, mucha impotencia”, me dijo.
“Bien –continué- si a nosotros nos produce rabia cuando destruyen nuestras cosas, entonces tenemos que aprender a respetar las cosas ajenas. Jesús dijo: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. El colchón sobre el que ustedes han estado jugando no es de ustedes. Es de esta casa de retiro. Al sacarlo del lugar donde se encontraba y colocarlo en el piso lo están ensuciando. Además, si saltan sobre él lo están destruyendo, pues el colchón se puede romper o tendrá menos tiempo de utilidad. Por lo tanto, tienen que aprender a respetar las cosas ajenas.
Lo que han hecho no está bien. Pero el error lo podemos aprovechar para sacar lecciones. De su error hemos reflexionado sobre la solidaridad, sobre el aprender a respetar los bienes ajenos.
Yo creo que no hay error malo, sólo es malo cuando no se aprende. Y sólo aprenden las personas inteligentes. Así es que ustedes son seres inteligentes y estoy seguro que esta noche será muy distinto.” Las niñas comprendieron mi mensaje. En la noche siguiente no hicieron laberinto. Ellas, sin ser humilladas asimilaron la lección y yo quedé muy contento por ello.
Para Jesús lo más importante no es el principio de la autoridad sino el amor (Jn. 12,34-35). Pero él tampoco suprime la autoridad, sino que le da el verdadero sentido: el servicio (Mc.10,41-45).