En el acompañamiento espiritual que voy realizando me he dado cuenta que la gente alberga una serie de temores. Cuando se les pidió a un grupo de personas que escribieran sus miedos las respuestas fueron las siguientes:
Yo tengo miedo a: perder a mis seres queridos, a perder todo lo que tengo, a la muerte, a la soledad, a la burla, a hacer el ridículo, al fracaso, a ser independiente, a mis propios sentimientos, a que otros descubran mis sentimientos, a los cambios, etc. Si sigo, la lista sería muy extensa.
Detrás de todos estos miedos creo que el miedo más grande que tienen las personas es el miedo a sí mismas. La gente desconfía de sí porque se considera “poca cosa”. Mucha gente tiene miedo a su grandeza, a su dignidad, a su belleza, a su inteligencia, a sus valores. Muchas personas están como las moscas que tienen miedo a su imagen reflejada en una bolsa llena de agua y por eso huyen, creyendo que están frente a un monstruo.
Existe una película titulada “Akehla y la competición”, donde una niña morena, de 11 años, participa en un concurso de deletreo y, después de mucho esfuerzo, sale victoriosa. Cuando Akehla estaba desanimada su instructor le hizo leer la siguiente reflexión:
“Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos infinitamente poderosos.
Nos preguntamos, “Quién soy yo para ser brillante, bello, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿Quién eres para no serlo?
Nacimos para manifestar la gloria de Dios que llevamos dentro, y al dejar brillar nuestra luz, inconscientemente permitimos que otros hagan lo mismo.”
Esta reflexión es muy profunda y al decir que “nuestro temor más profundo es que somos infinitamente poderosos” confirma lo que hemos dicho anteriormente: “la gente se tiene miedo así misma”. La gente tiene miedo al enorme poder que lleva dentro. Dicen los estudiosos que sólo usamos el 10 % de nuestras habilidades mentales. Se ha puesto a pensar ¿Qué sería si usáramos el otro 90 %? Seríamos verdaderos genios. Pero, lamentablemente la “educación” que hemos tenido no nos a ayuda a descubrir esa mina de oro que todos llevamos. La formación que hemos tenido más bien ha contribuido a desconfiar de nosotros mismos, so pretexto de educarnos en la humildad. Pero la humildad nada tiene que ver con los estúpidos sentimientos de inferioridad. La humildad tiene que ver con la verdad y es verdad que en nuestro interior llevamos un potencial inmenso, que necesita ser explorado.
Bajo pretexto de la espiritualidad nos han dicho que hay que desconfiar de nosotros para confiar más en Dios y así adquirir más fe. Sin embargo, ese pensamiento no es cristiano, porque Jesús nos enseñó que el reino de Dios está dentro de nosotros. Es decir, en nuestro corazón. Por tanto, dentro de nosotros llevamos la fuerza de Dios y hay que confiar en esa fuerza divina que nos empuja hacia nuestra propia realización. San Pablo dijo que “llevamos un tesoro en vasijas de barro”. A veces sólo creemos que somos simples vasijas agrietadas y nos olvidamos del tesoro que llevamos dentro. San Irineo dijo que la gloria de Dios es el hombre.
Ojalá que todos los hombres descubriéramos que nuestra misión es transparentar la gloria de Dios, que llevamos dentro.