AYÚDAME A SER LIBRE, SEÑOR

“Yo crecí bajo la sombra del dolor de mi madre –me dijo cierto día una mujer-. Nosotros hemos sido muy pobres. Para ser sinceros mejor dicho hemos vivido en la miseria. Mi padre era el típico machista. A final terminó con problemas mentales. En una ocasión mi madre estaba embarazada y mi padre lo perseguía con un machete afilado. Por el miedo y el esfuerzo de librarse de esa amenaza abortó. Este fue un dolor muy grande que cargó mi madre toda su vida, nunca perdonó a papá. Ese dolor nos transmitió a nosotros. Al final de su vida mi madre pudo liberarse de ese dolor. Lloró amargamente y encontró la paz. Mi madre murió con una sonrisa en los labios”.

El testimonio de esta mujer nos ayuda a entender que, muchas veces, cargamos con las emociones de los demás. En una ocasión me enteré de una mujer que siempre tenía una profunda tristeza. Ella vivía en la sombra de la melancolía y no sabía por qué. En una ocasión descubrió que esa tristeza era la tristeza de su madre, dado que su progenitora era propensa a este sentimiento. Cuando hizo este descubrimiento se liberó tomando conciencia que ella no tenía por qué que cargar con las emociones de su madre, dado que no le hacía bien a nadie, que era una actitud totalmente inútil.

La psicología nos ha ayudado a descubrir que, muchas veces, cargamos con las emociones de las personas que fueron referentes para nosotros, cuando fuimos pequeños: nuestros padres o tutores. Por eso es importante que reflexionemos si las emociones que tenemos y que nos hacen daño en realidad son nuestras o son de alguien que tuvo alguna autoridad sobre nosotros.

Por ejemplo, hay padres que tienes resentimientos u odios contra alguien y esos resentimientos los trasladan a sus hijos. De tal modo que los chicos, igual que sus padres, también odian a esas personas que sus padres odiaban. Y, a veces, curiosamente esos sentimientos los llevan hasta la tumba, porque no fueron capaces de liberarse.

En otras ocasiones hay padres que toman a sus hijos como caballitos de batalla. Por ejemplo, puede suceder que la señora está resentida con su marido y ese resentimiento lo trasladan a sus hijos. Esto también puede suceder a la inversa.

Esta actitud de contagiar nuestros sentimientos negativos, de un modo consciente o inconsciente, a los demás es una actitud nefasta porque va creando un ambiente tóxico que no hace bien a nadie. Por eso debemos cuidar de no transmitir nuestros sentimientos negativos a los demás. Por nuestra parte también debemos cuestionarnos: ¿Estos sentimientos que tengo son completamente míos o estoy cargando con los sentimientos de los demás?

“Señor no permitas que transmita mis sentimientos negativos a los demás y ayúdame a liberarme de todo sentimiento ajeno para ser libre de verdad y ser feliz amando con libertad de corazón”.