Dicen los entendidos que los virus cibernéticos son programas que no tienen END, es decir, fin. Por eso se reproducen y dañan las computadoras. De igual modo, la mayoría de personas tienen en su cerebro una serie de “virus mentales” (ideas) que no tienen “end”. Estos programas los llevan a repetir una multitud de veces conductas dañinas para sí mismos y, en otros casos, para la sociedad.
Consideremos el caso de un joven que vivía esclavo de la opinión de sus familiares y su vida giraba en torno a ellos. Por eso se sentía tan desdichado, que incluso abandonó sus estudios. Para mayor claridad pongamos atención a sus propias palabras:
“La formación que he tenido en mi hogar ha destruido mi autoestima. En casa me han dicho de todo lo peor. Me decía que no valía, que no sirvo para nada, que soy un estorbo, un inútil, un tonto, un imbécil, un estúpido.
En mi casa era como el empleado. Para llevar la fiesta en paz y para ganar el amor que no tenía en casa trataba de caerles bien a mis familiares haciendo las cosas domésticas. Yo cocinaba, yo barría la casa, incluso a veces, lavaba y planchaba. Yo estaba estudiando en el instituto y dejé de estudiar, pues no tenía tiempo para los estudios y para hacer las cosas en casa. Pero ni con esto estaban contentos. Me reclaman por todo, por lo que hacía y no hacía. Con palabras y con gestos me han hecho sentir que soy de lo peor. Ante tal situación, mi único recurso era ir y llorar con mis amigos. Pero yo era conciente que esa no era la solución.
Esta situación estaba destruyendo mi vida y amargando mi existencia. Así es que un día tomé valor y dije: “¡Basta ya! Basta de llevar esta forma de vida absurda y estúpida”. Entonces decidí ir a un sicólogo. Y ahí, asumiendo la actitud de víctima, le conté mi historia a este profesional. En tres sesiones el sicólogo me ayudó bastante a descubrir mi fuerza interna, mi valor personal. Desde aquella oportunidad decidí cambiar de actitud.
Ahora lo que me digan mis padres, abuelos o primos, me llega. Claro que no he caído en una indiferencia ante ellos. Aprovecho todo lo que construye: lo mejor que tienen ellos y lo bueno que puedan decirme, pero si me dicen algo negativo yo no les hago caso. He aprendido a ver la vida de otra forma; pero la gran lección que he sacado es que he aprendido a darme mi lugar.”
Qué bueno que este joven tomó conciencia de la vida inhumana que estaba llevando. Además tomó valor para poner fin a ese estilo de vida. Se dejó ayudar de un profesional de la conducta, que lo ayudó a descubrir la fuerza interior que llevaba dentro, y en base a esta ayuda diseñó una nueva forma de vida, donde él aprendió a darse su lugar.
Y usted, amable lector, ¿Tiene algunos virus mentales que le están haciendo daño y que le llevaban a tener una vida vacía y lúgubre? ¿Cuáles? ¿Será capaz de tomar conciencia de ellos? ¿Tendrá la fuerza interior para decir con energía un: “BASTA YA”?
Déjeme decirle que usted tiene la sabiduría suficiente y la fuerza interior necesaria para transformar su vida. Lo único que necesita es convencerse de ello y tomar la decisión. Usted puede transformar el desierto de su vida en un vergel.