Referido al tema del amor a los enemigos una señora me dijo: “Padre, Jesús nos dio la medicina, pero no nos dilo la receta”. Con esto quería decir que Jesús nos dijo que hay que amar a los enemigos, pero no nos dijo como. Yo le respondí: “Eso no es cierto, dado que Jesús nos dio la medicina, pero también nos di la receta”. Veamos el texto:
“A los que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que te pega en la mejilla preséntale la otra…” (Lc. 6,27-27). Estos textos son enjundiosos y nos enseñan como amar a los enemigos. Analicemos:
En primer lugar el Señor nos invita a hacer el bien a los que nos hacen daño. Por lo general, a las personas que tienen odio les gusta hacer todo el mal que pueden a quienes odian. Jesús nos invita a actuar de modo distinto: Nos dice que hay que a hacer el bien a esas personas.
Luego nos invita a bendecir. Quienes odian, por lo general, maldicen. En cambio, el Señor nos invita a bendecir a esas personas que nos lastimaron. Cuando uno maldice, esas maldiciones, tarde o temprano, nos llegan a nosotros. En cambio, cuando bendecimos esas bendiciones, además de beneficiar a la otra persona, también nos benefician. Pablo, siguiendo el ejemplo de Jesús, también nos invita a hacer lo mismo: “Bendigan y no maldigan” (Rom. 12,14).
El Señor también nos invita a orar por nuestros enemigos. La propuesta es lógica: Si una persona me hizo daño intencionalmente quiere decir que está en la oscuridad, pues cuando uno vive en la luz es imposible que dañe a alguien de modo intencional. Por tanto, esa persona necesita claridad. La oración puede llevar la luz del Espíritu al corazón de esa persona.
Finalmente, el Señor nos invita a poner la otra mejilla. No se trata de una actitud infantil de asumir pasivamente los maltratos. Ni Jesús hizo eso. Cuando el soldado le pegó, él le interpeló: “Si he respondido mal, demuestra donde está el mal, pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?” (Jn. 18,23). Con la exhortación de poner la otra mejilla el Señor invita a no alimentar sentimientos de venganza en nuestro corazón.
Señor, llena nuestro corazón de abundante amor para que seamos capaces de amar, incluso a nuestro enemigos. Amén.