En una ocasión una persona me hizo la siguiente consulta: “Padre, leyendo la Biblia he encontrado con un texto donde Jesús dice que “todo lo que pidan en mi nombre mi Padre les concederá”. Además, dice que haremos cosas mayores que él. Mi madre sufre de una terrible enfermedad, inspirada por estos textos le he pedido insistente al Padre para que por lo méritos de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo sane a mi madre, pero siento que Dios no me hace caso. Me siento frustrada y estoy perdiendo la fe”. Después de escucharla atentamente le respondí:
“Querida hija, debes saber que para leer correctamente la Biblia hay ciertos criterios. Uno de ello es que los textos debemos leerlos en su contexto: en el contexto literal del texto, es decir fijándonos que hay detrás y delante de ese texto y en el contexto vital que se escribió dicho texto. Además de ello hay que leer los textos en el contexto de toda la Biblia, es decir comparándolos con otros textos. En este sentido hay otro texto que ilumina el tema de la oración: Se trata de la oración de Jesús.
Cuando Jesús oró en EL huerto Getsemaní no le exigió a su Padre que lo liberara del sufrimiento. El, con suma humildad, oró diciendo: “Padre, si es posible que pase de mi este cáliz, pero no que se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esta es la forma como tienes que orar: lejos de exigirle a Dios que cure a tu madre, debes decirle: “Señor este es mi deseo…, deseo que cures a mi madre, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya y yo sé que tu voluntad siempre es infinitamente superior a la mía. Pongo en tus manos a mi madre, su enfermedad, mis deseos y ve tú que es que puedes hacer. Si está dentro de tu voluntad sanarla, sánala, por favor. Pero si tu voluntad es diferente te pido, por favor, amado Señor, que fortalezcas a mi madre que soporte la enfermedad y también fortaléceme a mí y a toda mi familia para que aceptemos con ánimo alegre, decidido y confiado tu sabia voluntad”.
Así debemos orar todos. No podemos exigir a Dios con nuestros rezos y oraciones. Nuestra oración debe ser humilde, como la de Jesús o la del leproso que dijo: “Señor, si quieres puedes curarme” (Mt. 8,2). A Dios no le podemos imponer nuestros caprichos por más que usemos la palabra de Dios para nuestra conveniencia. Esta misma idea está en la oración más perfecta que nos enseñó Jesús. Ahí nos enseñó a pedir: “Padre, hágase tu voluntad en la tierra, como el cielo”. Eso es lo que debemos pedir siempre: Que se haga la voluntad del Padre y la voluntad de Dios, como dije, es infinitamente superior y perfecta a nuestra voluntad.
Señor ayúdanos a buscar y hacer siempre tu voluntad, sabiendo que Tú deseas lo mejor para nosotros. Haz que seamos dóciles a tus inspiraciones y que siempre estemos guiados por la luz del Espíritu Santo. Amen.