¿SIEMPRE DEBEMOS DECIR LA VERDAD?

En una oportunidad, cuando estaba conduciendo un programa de televisión, un señor, muy compungido, llamó e hizo la siguiente consulta: “Padre yo he aconsejado a un joven que está metido en drogas y le dicho que salga de ese vicio, pero me siento culpable porque yo, de joven, también consumí droga y no he tenido el valor de decirle. Siento que le he mentido”.

“Tranquilo -le dije-, tú no has mentido. Tú ya has hecho lo que tenías que hacer: le has brindado tus consejos. No tienes que andar ventilando tus intimidades.  Si quiere compartir tu experiencia para que otros aprendan, puedes hacerlo con toda libertad, pero no estás obligado”.

El sentimiento de esta persona es común en el corazón de mucha gente que, a veces, se sienten culpables porque omiten alguna verdad, porque le dijeron que siempre debemos decir la verdad. Pero es no es cierto, no siempre estamos obligados a decir la verdad. Entre decir la verdad o la mentira cabe la posibilidad del silencio. Eso mismo nos enseña Jesús:

Según el evangelio de Marcos 11,27-33, después que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, los saduceos, los maestros de la ley y las autoridades judías le preguntan: “¿Con qué autoridad haces esto?”. Jesús les responde con otra pregunta: “El bautismo de Juan de ¿dónde procedía: de Dios o de los hombres?”. Ellos empiezan a deliberar: Si decimos que venía de Dios nos va a decir: “Entonces, ¿por qué no creyeron?” y si decimos que venía de los hombres la gente nos va a apedrear”. Entonces le respondieron: “No lo sabemos”. Jesús les respondió: “Entonces yo tampoco les voy a responder con qué autoridad hago esto y se marchó.

En este episodio vemos que Jesús no dice mentiras, pero tampoco dice la verdad. Él guarda silencio, porque hay gente que no está capacitada para conocer la verdad o, a veces, ni siquiera la merece.

En Antiguo Testamente también hay un episodio interesante. Se trata de Samuel cuando es enviado por Dios a ungir rey de Israel a David (1Sam. 16,1-3). Samuel, lógicamente, objeta: “Saúl me va a matar”. Dios le dice: “Tomarás una ternera y dirás que vas a ofrecer un sacrificio a Yavé”. Así lo hizo el profeta: fue a Belén. Su intención era ungir a David, pero no lo dijo por prudencia y por orden directa de Dios. Por eso es bueno descubrir que no siempre estamos obligados a decir la verdad por prudencia o porque hay gente que no merece la verdad. Entre decir la verdad o decir la mentira siempre cabe la posibilidad del silencio.

Lo importante no es decir la verdad, sino vivir en la verdad, que es Cristo.