EL PODER DE LAS PALABRAS

P.Walter Malca Rodas.

Misionero redentorista.

 

Cuenta Esopo que cuando él era esclavo su amo le encargó preparar un delicioso banquete con los mejores ingredientes que había en Grecia, pues tenía que compartir su mesa con personajes muy ilustres. Ante tal orden, Esopo decidió preparar la comida a base de lengua, con jugosas salsas.

Llegada la hora del festín presentó el primer plato y todos quedaron encantados. Luego presentó el segundo plato, también de lenguas, y fue motivo de agudos chistes entre los comensales. Finalmente, presentó el tercer y cuarto plato, también a base de  lenguas, y fue motivo de mofa.

Ante tal situación, el amo lo reprendió  duramente y lo amenazó con propinarle duros castigos.  Esopo, muy sereno y reflexivo, respondió: “Amo mío; me encargaste que comprara lo mejor para la comida, yo he cumplido con tu mandato. En Grecia no he encontrado cosa mejor que las lenguas. Con la lengua se pronuncian los más bellos discursos; se imparte las lecciones de moral y filosofía. Con ella se verifica el comercio, se celebran los contratos y se saben tantas cosas de este mundo. Entonces, ¿hay cosa mejor que las lenguas?”.

Ante tal razonamiento, nos cuenta Esopo que todos le aplaudieron, menos su amo, quien le dijo: “Si hoy has hecho la comida con lo mejor que  hay en Grecia, mañana quiero que la hagas con lo peor”. Esopo se decidió preparar la comida del día siguiente también a base de lenguas.

Esta anécdota, bastante graciosa, describe gráficamente la función ambigua que cumple la lengua en la vida del hombre, pues con ella se puede construir y destruir, se bendice y  se maldice, se canta y se llora, etc. Si echamos una mirada a nuestro alrededor nos encontraremos con mucha gente lastimada por la dureza de las palabras. Pero también nos encontraremos con personas llenas de vidas, gracias a la fuerza de una palabra amiga que recibió en un momento apropiado. La Biblia constata esta función ambigua de la lengua, puesto que con ella se puede bendecir y maldecir (Stg. 3,9-11).

El ideal es que nosotros aprendamos a usar este instrumento valioso para el bien. Que seamos capaces de pronunciar palabras veraces, edificantes, llenas de calor y amor. Es por eso que el apóstol Santiago exhorta: “Sean prontos para escuchar, pero lentos para hablar” (Stg. 1, 19). Y san Pablo también recomienda: “No salga de sus bocas ni una palabra mala, sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los oyentes” (Ef. 4,9).

Las ciencias nos han ayudado a descubrir que las palabras no son indiferentes; sino, por contrario, son elementos activos que afectan la vida de las personas positiva o negativamente. Así lo dice el Dr. Ricardo Castañón: “Una palabra no se queda en el vacío externo, impacta físicamente creando “huellas” o “grafos”, estableciendo en el cerebro una topografía que tampoco es anónima e indiferente, pues condiciona el pensamiento y la conducta de la persona”. Por tanto, lo importante es que usemos estos recursos maravillosos, como son las palabras, para el bien.

 Ojalá que nosotros seamos como Jesús quien, con sus palabras, daba vida, como lo dijo el apóstol Pedro: “¿A dónde iremos Señor? Tú tienes palabras que dan vida eterna” (Jn, 6,68). Él mismo era consciente del poder de sus palabras, por eso dijo: “Las palabras que yo les he dicho son espíritu y dan vida” (6,63). Dios quiera que nuestras palabras lleven vida, color y sabor al corazón de la gente.

LA LECCIÓN DEL MAESTRO

 Un Maestro, que tenía fama de ser un santo milagroso, fue invitado al velorio de una niña. El maestro llegó a la casa. Después de saludar a la familia y darles consuelo, se dirigió al lugar donde yacía el cadáver, y se puso a susurrar unas oraciones en el oído de la niña. Después de un largo rato de expectante espera, su discípulo se le acercó y le habló al oído, diciéndole: “Maestro, deja ya de engañar a la gente. La niña no va resucitar.” Ante tales palabras, el maestro furioso se incorporó y le gritó con voz muy fuerte en presencia de todos: “¡Estúpido, retírate, no me molestes en este momento!” El discípulo, avergonzado, triste y deprimido, se estaba retirando, abriéndose paso entre la gente. El maestro lo llama y le dice: “Querido hijo, ¿vez en qué situación te han puesto mis palabras? Si un grito mío te ha deprimido, también una palabra de aliento te puede confortar. Si el impacto de una palabra te puede causar la muerte, ¿por qué no puede causar la vida?”.

Definitivamente las palabras son poderosas, ojalá que nosotros las usemos para el bien.

DAME PALABRAS DE SABIDURÍA

 Señor Jesús, Palabra eterna y encarnada del Padre, tú que pronunciaste palabras que dan vida, gracias te doy por el don de la palabra que me has dado, instrumento poderoso, magnífico y eficaz.

Te pido perdón, Señor, por tantas veces que he hecho mal uso de las palabras: por las veces que he hablado mal, que he lastimado, que he mentido, que he callado cuando tenía que hablar. Cámbiame, transfórmame, Señor, límpiame, guárdame, purifícame, renuévame con el poder de tu palabra y hazme un instrumento de tu paz. Quiero ser, Señor, una persona nueva, una persona limpia que hable con sabiduría, rectitud, bondad y amor. 

Derrama, Señor, sobre mí tu espíritu de sabiduría, prudencia y recato para que, cuando abra mi boca salga la palabra justa, oportuna y veraz. Pon Señor, un centinela en mi boca, para que la cierre cuando esté a punto de maldecir, murmurar, mentir y renegar.

Haz, Señor, que las palabras que salgan de mi boca sean bellas, sabias, constructivas y que estén llenas de gracia, dulzura y bondad para atraer a las personas hacia ti y así, en comunión contigo, todos juntos construyamos tu reino de justicia, verdad y amor.

Amén.

Padre Nuestro… Ave María… Gloria.