Cierto día fui a córtame el cabello en una barbería. Ahí escuché una conversación entre los jóvenes barberos. Uno de ellos decía: “Yo me aburro rápido. Inicio algo, pero pronto pierdo el interés y me embarco en otro asunto que me haga sentir vivo. Luego también me aburro en ello”. Esta conversación es muy ilustrativa de lo que pasa en la mente de los jóvenes. La razón de ello nos lo explica la Dra. Marian Rojas Estapé, en su libro “Cómo hacer que te pasen cosas buenas”, donde dice:
“Nos encontramos en el momento de mayor estimulación de la historia; hoy en día, cualquier niño de siete años ha recibido más información y estímulos –música, sonido, comidas, sabores, imágenes, videos…- que cualquier otro ser humano que haya poblado antes la Tierra”. “Los millennials viven empapados de emociones y sentimientos que les llevan a necesitar una gratificación constante para avanzar”.
Esta problemática, con frecuencia, se percibe en los jóvenes de nuestros grupos parroquiales. Un día un joven, muy comprometido, con la parroquia se acercó y me dijo: “Padre, me voy a retirar por un tiempo de la parroquia. No sé qué me está pasando. No me siento muy bien. Ya no tengo las mismas ganas, la misma ilusión de antes. Retornaré cuando nuevamente me nazcan las ganas de venir”.
“Si eso lo que quieres, está bien -le dije-, pero antes de que tomes una decisión permíteme darte un consejo. No es conveniente que te retires actualmente, pues tienes varios compromisos, el más importante es de la catequesis. Si tú te vas, ¿Quién va ocupar tu puesto? Es importante cultivar el valor de la perseverancia. En la vida no siempre vamos a estar motivados para hacer las cosas. Tenemos que aprender a ser responsables con los compromisos que asumimos. Si tú ahora te retiras tu mente se puede acostumbrar a ello y entonces fácilmente te va a desanimar en cualquier proyecto que inicies y así nunca vas a lograr nada. ¿Tú crees que yo todos los días tengo la misma motivación para escuchar a la gente, para hacer las celebraciones de las misas? ¡No! A veces me canso y no tengo ganas de nada, pero me motiva el compromiso, la responsabilidad. Y eso, precisamente, es lo que nos hace perseverantes y ahí radica el amor: en la perseverancia en las decisiones, más no en las emociones.
Ni Jesús siempre estuvo motivado. Incluso en el huerto de Getsemaní le pidió al Padre que apartara de él el cáliz amargo de la cruz. Pero también tuvo el valor de decirle: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. A Jesús no le movió los sentimientos, sino su compromiso, su vocación, su misión.
Lo mismo tiene que ser en nosotros, sus discípulos. Nosotros no debemos dejarnos llevar siempre por los sentimientos, sino por nuestros compromisos asumidos, nuestra vocación, nuestra misión. Y eso implica vivir el día a día con amor. Por eso Jesús dijo: “El que persevere hasta el final se salvará” (Mt. 24,13).