En una ocasión, conduciendo un programa en la radio, recabé el siguiente testimonio, por la línea telefónica:
“Yo tengo una prima que, físicamente, no es muy agraciada. Desde pequeña su mamá la maltrataba diciéndole que es fea, que no sirve para nada y que nunca hace las cosas bien. Como la minusvaloran, en la escuela no rendía. Por eso no pudo continuar sus estudios. Durante muchos años sufrió por ello. Pero cierto día se acercó a la Iglesia y ahora se le ve bien, contenta. Es una líder muy motivadora. Desde su experiencia da unos excelentes consejos. Su ejemplo me ha inspirado, gracias a ella yo también me he acercado a la Iglesia. Ella me ha ayudado a descubrir que Dios me ama, así como soy. Su vida y su testimonio es luz para mucha gente”.
Este testimonio nos ayuda a comprender el mal que pueden hacer los padres sus hijos, o los tutores a los pequeños, cuando no saben motivarlos y ayudarles a descubrir su riqueza interior, cuando no les ayudan a descubrir que la belleza verdadera no siempre tiene que ver con el color de la piel o con la apariencia. Pero en este testimonio también se puede contemplar lo que Dios puede hacer por nosotros: Él puede restaurar aquello que fue dañado en nuestro corazón.
Felizmente ese mismo día entró otra llamada de una señora que nos dio este testimonio: “Yo soy una señora que tengo dos nietos, que siempre han estado bajo mi cuidado: El varoncito es de tez blanca y la mujercita es de color moreno. La niña decía que es fea por ser de ese color. Yo le decía que no, que el valor de las personas no está en el color de su piel, sino en su interioridad. Lo mismo le decía su papá, quien cierto día le explicó el porqué del color de su piel. Le dijo que ella llevaba los genes de su bisabuela, que tenía ese color y que tenía que sentirse orgullosa por ello. Este trato le ayudó a la niña a descubrir su verdadero valor.
La niña es muy inteligente y es muy hábil. Dibuja muy bien. Esto le hacía sentir mal a su hermanito, quien decía que es un tonto, que no sirve para nada y su hermanita es más inteligente que él. Yo le decía que eso no es cierto, que cada persona tenemos diferentes habilidades, que quizá él no tiene habilidades para la pintura, pero que tenía otras cualidades. Y eso también es valioso y hermoso. De todos modos, le animé para que intente perfeccionar sus dibujos. Ahora dibuja y pinta muy bien. A los dos se les ve felices y contentos con su forma de ser.
Este testimonio nos ayuda a comprender cuanto bien puede hacer en el corazón de un pequeño un buen tutor capaz de ayudar a descubrir los talentos de los pequeños. Ojalá que todos los que están a cargo de los pequeños les ayuden a descubrir su riqueza interior. Y eso es precisamente lo que debemos hacer todos: comprender que somos importantes y valiosos, porque somos criaturas e hijos de Dios.