ESTÉN SIEMPRE ALEGRES

P.Walter Malca Rodas; C.Ss.R.

 

La alegría es un filón esencial del evangelio. Lamentablemente, cuantiosas veces, los cristianos lo hemos olvidado, pues en nuestro medio se han asociado cargas largas, ojos tristes y amargura con religiosidad, espiritualidad y santidad. Se cree que una persona es más santa, más espiritual y más religiosa, mientras más amargada es. Recordemos la canción de Ricardo Arjona, quien dice: “En mi barrio la más religiosa era doña Carlota, que habla de amor al prójimo y me pincho cien pelotas”. Supongo que estos versos constituyen una metáfora, pero encierran una gran verdad. Los cristianos, muchas veces, no nos caracterizamos por nuestra alegría.

En el año 2008 trabajé en Cascas. Éste pueblo es capital de la provincia Gran Chimú, en el departamento de la Libertad (Perú). En una oportunidad tenía que hacer un viaje. Con un grupo de personas, mientras esperábamos el bus en una esquina, estábamos riendo de cosas graciosas que nos habían pasado en la semana. En eso un señor se me acerca y me dice: “Padre, ¿por qué se ríe usted”. “Y a usted, ¿qué le importa?”, le respondo. “Es que los Padres no se deben reír”, me dijo. En vista que yo continuaba riendo el señor terminó su perorata: “Y todavía se ríe. Va a ver qué le va a pasar más tarde. En el camino de su viaje va haber una desgracia”. Lo que me dijo este señor me pareció curioso, pero me hizo reflexionar mucho, pues me ayudó a darme cuenta que mucha gente cree que la religión es para gente triste y opacada y que la alegría trae mala suerte. Quien piensa de esta manera está muy equivocado.

Los cristianos estamos llamados a ser apóstoles de la alegría, pues Jesús nos enseñó a ser alegres. Él mismo dijo a sus discípulos: “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y así su alegría llegue a su plenitud” (Jn. 15,11); el evangelio de san Lucas dice que Jesús “se llenó de alegría en el Espíritu” (Lc. 10,21). Las bienaventuranzas son una invitación a la alegría, pues en ellas el Señor dice: “Felices, dichosos”. Cuando Jesús nace, el ángel del Señor anuncia a los pastores una gran alegría (Lc. 2,10). María también fue una mujer con mucha capacidad de alegría, pues en el Magníficat dijo: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Lc. 1,47). El apóstol Pablo recomendó a los cristianos de Filipos: “Estén siempre alegres en el Señor; os lo repito, estén siempre alegres” (Filp. 4,4). Los primeros cristianos anunciaron con mucha alegría y gran entusiasmo la gran noticia: “¡Ha resucitado!”. Ya Isaías anunciaba: “Voy a transformar a Jerusalén en alegría y a su pueblo en gozo” (Is. 65,17).

Por todas estas consideraciones, creo que a los cristianos de hoy, si queremos ser sal y luz del mundo, con urgencia tenemos que recuperar la virtud de la alegría. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (El gozo del evangelio), lo ha dicho con suma claridad: “Quienes se dejan salvar por Cristo son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Nº 1).

LA FIESTA DEL CIELO

Cuenta la historia que había un sacerdote muy fiel a sus obligaciones religiosas, pero tenía un gran defecto: era renegón. El hombre renegaba por todo y a menudo criticaba a sus fieles. Su iglesia permanecía vacía, pues la gente le temía, por eso trataban de estar distantes de él.

En una noche el sacerdote “murió” en un accidente de tránsito y fue conducido al cielo. Al llegar a las estancias celestes san Pedro lo recibió con mucha alegría y suma amabilidad. Al abrir la puerta grande del Hall, que conduce al gran jardín celeste, el clérigo no lo podía creer, pues en él se estaba desarrollando un gran banquete, donde había suculentas comidas, deliciosos manjares y vinos de solera. También había música y baile.

Su sorpresa fue mayor al darse cuenta que en la pista estaba bailando Jesús con su Madre, la Virgen María. El colmo de la sorpresa llegó cuando se encontró con Dios Padre, quien con una sonrisa enorme lo acogió con un abrazo fuerte y le invitó a disfrutar de las delicias celestiales.

El hombre se quedó perplejo, pues como toda su vida había sido austeridad se dio cuenta que no estaba capacitado para disfrutar de tanta alegría y felicidad. Su incomodidad era visible y de tanto fastidio se despertó. Felizmente el accidente no había sido real, simplemente había sido un sueño, pero ese sueño le cambió la vida a este sacerdote. A partir de aquel momento fue más alegre, más afable y más paciente. Ante un cambio tan radical la gente empezó a frecuentar su iglesia. Entonces este sacerdote de verdad se convirtió en sal y luz del mundo.

DAME, SEÑOR, EL SENTIDO DEL HUMOR

(Oración De Santo Tomás Moro)

Señor, dame una buena digestión y, naturalmente, algo que digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla.

Dame un alma sana, Señor, que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro, de modo que, ante el pecado, no me escandalice, sino que sepa encontrar el modo de remediarlo.

Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los ronroneos, los suspiros, ni los lamentos. Y no permitas que tome demasiado en serio esa cosa entrometida que se llama “yo”.

Dame, Señor, el sentido del humor. Dame el saber reírme de un chiste para que sepa sacar un poco de alegría y pueda compartirla con los demás.