En los tiempos bíblicos había un profundo machismo, pues las mujeres eran marginadas. Dicha marginación se manifestaba en varios aspectos, como por ejemplo: El testimonio de una mujer no tenía valor. Para que el testimonio de una mujer tuviera valor tenía que estar refrendado por un varón. Los fariseos tenían sus discípulos, pero no tenían discípulas. Ellos decían que era mejor echar la palabra al fuego que darle a las mujeres. Jesús fue revolucionario en su relación con las mujeres:
A diferencia de los fariseos, Jesús tuvo discípulas. Hay que diferenciar entre discípulos y apóstoles. Es cierto que en los evangelios el término discípulos también se aplica al grupo de los doce, pero siendo más estrictos a los doce exclusivamente se les denomina apóstoles. Los discípulos eran un grupo más grande de seguidores que escuchaban las enseñanzas del Maestro. En ese grupo también habían mujeres, entre las se encontraba María Magdalena, Juana, la mujer de Cusa, intendente de Herodes, entre otras (Lc. 8,1-3).
El Señor restituyó la dignidad de las mujeres permitiendo que María Magdalena fuera su testigo privilegiado de la resurrección, dado que a ella se le presentó por primera vez, después de haber resucitado. Ella fue anunciar a dar la noticia a los demás discípulos, pero no le creyeron porque era mujer. Ellos llegaron a convencerse de que era verdad que el Señor había resucitado cuando se le apareció a Pedro. Por eso dijeron entusiasmados: “Es verdad ha resucitado, se le ha aparecido a Cefas” (Lc. 24,34). Por tanto, María Magdalena tenía razón.
Pidamos al Señor para que, por la intercesión de María Magdalena, vayamos extinguiendo de nuestra sociedad toda expresión de Machismo.