Cuando los israelitas estuvieron rumbo hacia la tierra prometida en varios momentos perdieron la fe y, por ende, se sintieron desalentados. La primera vez que tuvieron esta experiencia fue cuando estaban frente al mar Rojo y de tras de ellos los egipcios. Es ahí cuando le reclaman a Moisés: “¿No había sepulcros en Egipto? ¿Nos has traído a morir en el desierto? No te decíamos en Egipto: “Déjanos en paz y serviremos a los egipcios, pues más nos vales servir a los egipcios que morir en el desierto”. De estas palabras inferimos que los israelitas en momentos como estos perdían la fe, porque creían que estaban solos y que la muerte era inminente. Es ahí cuando Moisés interviene inyectándoles una buena dosis de fe, la cual es una inyección potente: “No tengan miedo; permanezcan firmes y verán la victoria que el Señor les va a conceder hoy… El Señor peleará por ustedes; ustedes no se preocupen”.
Moisés tiene fe, pero es fideísta, porque cree que Dios va a actuar sólo sin contar con ellos. ¿Por eso Dios le corrige diciéndole: “Por qué sigues clamando a mí? Ordena a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu bastón, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco”. Es como si le dijera no sólo clames a mí, actúa. Por eso le dice: Pónganse en marcha, alza tu bastón, extiende tu mano. Es que la fe no sólo debe llevarnos a esperar, sino también a actuar, confiados en que Dios está con nosotros y actúa a través de nuestros actos.
Además, la fe debe llevarnos a comprender que las dificultades, los obstáculos son ocasiones para que Dios manifieste su poder y su gloria. Esta idea también aparece en el texto que estamos reflexionando. Por eso le sigue diciendo a Moisés: “Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de ustedes y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus guerreros. Así sabrán lo egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus guerreros” (Ex. 14,5-18).
Señor, no permitas que el desánimo, por la falta fe, cunda en nuestro corazón. Al contrario llénanos de fe y de esperanza convencidos que tú siempre nos acompañas y que las dificultades son momentos oportunos para que se manifieste tu poder y tu gloria.