LA DISTANCIA, UNA EXPRESIÓN DE AMOR

Cierto día cuando estaba hablando que debemos aprender a distanciarnos de la gente que nos hace daño, de la gente tóxica, alguien me objetó:

-Pero padre, ¿Por qué dice eso? Eso no es cristiano. Jesús nos enseñó a amar a todos, incluso a los enemigos.

-Es verdad, -le dije- el Señor nos enseñó  amar a todos, incluso a nuestros enemigos. Pero el asunto es ¿Qué es el amor? ¿Qué es amar? Hay gente sentimentalista que confunde el amor con los sentimientos, pero el amor no es fruto de los sentimientos, sino de la voluntad. Y el amor implica una serie de valores, como el respecto, el diálogo, la comprensión. Etc. Cuando va menguando estos valores también va menguando el amor.

Ahora bien el amor tiene tres dimensiones: Amor a Dios, amor al prójimo y amor a uno mismo (Mt. 22,34-40). Si alguien me maltrata, por amor a mí mismo, debo distanciarme de esa persona para proteger mi autoestima. Incluso el distanciamiento puede ser por amor a la otra persona. Si esa persona desea que me distancie debo respetar su deseo, pues uno de los elementos esenciales del amor es el respeto. Por eso debemos tener la sabiduría para acercarnos cuando es posible y para distanciarnos cuando las circunstancias lo requieran. Por esta razón, estoy firmemente persuadido que las distancias también puede ser una expresión de amor: amor a uno mismo para que no me lastimen o  amor a la otra persona para no lastimándola.

-De esto que está diciendo ¿hay algún fundamento en las Sagradas escrituras? –me interpeló mi interlocutor.

-Claro que sí, -le respondí- el fundamento lo encontramos en el ejemplo y en las palabras de Jesús. Veamos primero el ejemplo de Jesús.

Los evangelios nos dan cuenta que en una ocasión Jesús fue con sus discípulos a Nazaret y ahí, en la sinagoga, se puso a predicar en día sábado. El Señor les dijo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra y que en tiempos de la sequía de tres años y medio habían muchas viudas en Israel, pero a ninguna de ella fue envía Elías, sino a la viuda de Sarepta. De igual modo, les remarcó, que habían muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo, pero no curó a ningún israelita, sino a Naamán, el serio. Esto les molestó muchísimo a los nazarenos que lo llevaron al acantilado e intentaron despeñarlo, pero Jesús se abrió camino entre ellos. Desde aquel momento el Señor nunca más retornó a Nazaret (Lc. 4,24-30). No lo vemos como un fanático obsesivo insistiendo donde no lo quieren recibir.

En otra ocasión cuando Jesús estaba camino a Jerusalén envió delegados para que le prepararan alojamiento en un pueblo de Samaría, pero como se dirigía  Jerusalén no lo quisieron recibir, porque entre los judíos y samaritanos había bronca. Ante tal negativa Juan le preguntó: “¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo?” (Lc. 9,51-56). El Señor les reprendió y se marchó tranquilo a otro lugar.

Pero la lección del distanciamiento de las personas que no nos quieren o nos hacen daño también lo  encontramos en las palabras de Jesús. La primera enseñanza la encontramos cuando el Señor envía a sus discípulos de dos en dos y les da la siguiente instrucción: “Si en un lugar no les reciben ni escuchan sus palabras, salgan de esa familia o de esa ciudad, sacudiendo el polvo de los pies” (Lc. 10,14).

El otro texto se refiere a la corrección fraterna: “Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma contigo una o dos personas más, de modo que el caso se decida por la palabra de dos o tres testigos. Si se niega a escucharlos, informa a la asamblea. Si tampoco escucha a la Iglesia, considéralo como un pagano o publicano” (Mt. 18,15-17).

Hay otro episodio que no habla directamente del asunto pero puede tener esta interpretación. Se trata de lo siguiente: En una ocasión le presentaron a un ciego y el Señor lo saca de la aldea y fuera le unta los ojos con lodo hecho con saliva y le impone las manos. El Señor le pregunta: “¿Ves algo?”. “Veo personas como árboles que se mueven”, le responde. De esta respuesta se infiere que no era ciego de nacimiento, porque de lo contrario no sabría cómo son los árboles y las persona. Por segunda vez le impone las manos y con este gesto llegó a ver todo con claridad. Una vez sano el Señor le dijo: “Vete a tu casa, pero ni siquiera entres en el pueblo” (Mc. 8,22-26). El pueblo, la aldea, puede representar a esas personas tóxicas que nos hacen daño y que debemos distanciarnos.

Por estas razones reitero que debemos tener la sabiduría para acercarnos lo necesario a las personas y la valentía para distanciarnos cuando es necesario.

 

ORACIÓN

Señor, Jesús, tú viniste desde el cielo para quedarte con nosotros y darnos paz y esperanza. Pero en tu ejemplo y en tus palabras encontramos la enseñanza que te acercas a quienes te aceptan y te distancias de quienes no te quieren. Te Pedimos, Señor que nos des la sabiduría para acercarnos a aquellas personas que quieran aceptarnos y aceptar tu palabra y tu mensaje de amor. Pero también danos la valentía para distanciarnos de aquellas personas que no nos quieren y no quieren recibir tu mensaje de amor. Amén.

 

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