La tragedia de la educación

En esta oportunidad vamos a reflexionar sobre la tercera dimensión del amor: se trata del amor a uno mismo, que en psicología se llama autoestima. Quizá este tema sea el aporte más importante de las ciencias psicológicas modernas. Sin embargo, todavía hay gente que tiene ojeriza con este tema, pues lo confunde con el egoísmo.

Por eso es bueno aclarar que, como dice P. Luis Valdez; SJ:

“La autoestima no quiere decir egoísmo sino una sana valoración de uno mismo. Significa reconocer que uno es valioso por el mero hecho de existir, y se quiere, por el hecho de ser hijo de Dios. No se trata sólo de una lista de cualidades y habilidades sino de una sensación de ser alguien valioso, digno, singular”.

La autoestima es la base del amor a los demás, pues es imposible que yo pueda amar a los demás si no soy capaz de amarme a mí mismo, dado que “nadie da lo que no tiene”. Entonces, si yo no tengo amor no puedo dar amor. Quizá aquí radica la tragedia de la educación, pues con el ánimo de no hacernos egoístas nos ha hecho egoístas.  Así lo ha dicho nuestro autor antes citado:

“La sociedad nos educa para no tener autoestima, para descuidarnos, por eso tenemos que ir contracorriente.

Los padres educan equivocadamente al decir a sus hijos que hacer cualquier cosa por uno mismo significa egoísmo y que deben estar siempre volcados a los demás. Esto produce hijos e hijas que se descuidan a sí mismos y ven por los demás. A la larga querrán compensar ese vacío y se desquitarán tomando actitudes egoístas. Si los padres enseñan que hay que atender a los demás y también a sí mismos formarán personas más equilibradas que no buscarán compensaciones egoístas”.

Pero no solamente la sociedad nos educa para no tener autoestima, sino también la religión. Esta idea la expresé en mi libro “La plenitud del vacío”, donde escribí lo siguiente:

“Dentro de la espiritualidad cristiana, durante algún tiempo, se ha tenido como algo pecaminoso e indigno el amor a sí mismo, por considerarlo como un verdadero obstáculo para la experiencia del auténtico amor, que supone la salida o apertura del aislamiento individual para lograr el encuentro y comunión con los hermanos. Sin embargo, Jesús, en ningún momento  descalifica el verdadero amor propio; antes bien lo recomienda cuando dice: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 12,31); en este caso el amor a uno mismo posibilita y condiciona el amor a los demás;  además en el orden cronológico el “yo” antecede al “tú”. El Padre Ignacio Larrañaga, comentando el texto antes citado dice: “Si es virtud amar al prójimo como un ser humano, yo también soy un ser humano, y amar a esta persona que soy yo es también virtud”.

Entiendo por amor propio o autoestima el conocimiento, la  reconciliación y la aceptación de lo que cada uno es, y no lo que desearía ser. Al respecto, considero que son significativas las palabras de Eduardo López Aspitarte, cuando dice: “La verdadera experiencia amorosa,….,supone una aceptación cálida, comprensiva, benévola, no exenta de una cierta dosis de humor, que abraza con realismo la verdad que cada cual descubre en su corazón y que se detecta también, con sus múltiples imperfecciones, en el interior de las otras personas. Y es aquí, en este abrazo de reconciliación con todo lo que uno es y lleva colgado en la espalda de su existencia, y no simplemente con lo que uno sueña ser, donde el amor se convierte en un arte y exige una pedagogía.” “Amar,…, es aceptarse como uno es y no como uno quisiera ser o haber sido. Reconciliarse con los propios límites sin que esto signifique cruzarse de brazos o quedar satisfecho. Reconocer que somos autores de ciertos capítulos o páginas de nuestra historia que preferiríamos no haber escrito. Que existen, al menos, algunos párrafos o frases que nos gustaría borrar para no volver a leerlos. Es, en una palabra, abrazarse con la propia pequeñez y finitud, sin nostalgias infantiles, con una mirada realista, llena de comprensión y ternura”.

          Todo lo que hemos dicho en el párrafo anterior no se identifica en nada con el amor propio en su sentido más individualista o narcisista; en este sentido el amor propio es egocéntrico, curvado sobre sí mismo, sin espacio ni cabida para los demás, insensible frente a las necesidades ajenas, con un claro olvido de todo lo que no afecta a la propia persona. Este tipo de personas en el fondo no se aman lo suficiente sino que se odian; así dice E. From: “El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad se odia”.

          Ya hemos dicho anteriormente que el egoísmo se forma a partir del descuido de uno mismo, pues ese descuido crea vacío y a la larga las personas tratarán de llenar ese vacío con actitudes egoístas.  Pero el egoísmo también se forja con una educación demasiado centrada en uno mismo, como si yo fuera lo único que existe en el mundo. Ambas actitudes son nefastas porque forjan seres egoístas. Por tal razón, tenemos que cambiar de modelo pedagógico que, sin infravalorar o supra valorar  a la persona, logre que las personas aprendan a tener una sana y adecuada valoración de sí mismas.