En una ocasión un anciano de 84 estaba sembrando dátiles. Un joven, al verlo, sabiendo que esta planta da fruto hacia los 12 o 15 años de edad, le dijo al anciano: “Abuelo, ¿para qué está sembrando esos árboles si usted ya no va a probar sus frutos”. “Toda mi vida he comido dátiles, frutos de plantas que fueron sembradas por otros. Así es que no tiene nada de malo, ni de extraño, que siembre, no pensando en mí, sino en las generaciones futuras”, le respondió el sabio anciano.
La pregunta de este joven representa a aquella actitud egoísta de la gente que sólo hace las cosas pensando en ellas, en su propio provecho y bienestar. En cambio, la actitud del anciano representa a aquellas personas generosas que, lejos de buscar el provecho personal, buscan el bienestar de los demás. Esta gente refleja la bondad de Dios que, en su infinito amor, envió a sus su propio Hijo para salvarnos de la esclavitud del pecado (Jn. 3,16)). De igual modo nos recuerda a la bondad de Jesús que dio su vida, como la expresión más grande su amor (Jn. 15,13).
Tenemos que aprender a ser generosos, es decir que tenemos que dar sin esperar nada a cambio. En un mundo donde campea el egoísmo es importante transmitir este mensaje de amor, convencidos que sólo el amor y la generosidad salvará al mundo.
Señor, ayúdanos a ser generosos como Tú; que aprendamos a dar sin esperar nada a cambio, convencidos que sólo tú eres la más grande recompensa que podemos recibir. Amén.