Cuentan que un hombre quiso hacer un paseo con motivo de sus vacaciones, pero no sabía a dónde quería ir. Fue a la agencia de viajes y le dijo a la vendedora de boletos: “A Inglaterra, no quiero ir; a España, no quiero ir; a Francia, no quiero ir; a Rusia, no quiero ir; a Estados Unidos no quiero ir…” Así, siguió enumerando los países a los que no quería ir. Hasta que al final, la oficinista, desesperada, le dijo: “Por favor, sea tan amable de decirme el lugar a donde quiere ir, porque diciéndome los países a donde no quiere ir no me ayuda en nada. El señor no sabía a dónde quería ir. Tuvo que regresar a su casa triste y avergonzado por no poder realizar su viaje. A partir de aquel momento el hombre vivió su vida con mucha amargura y dolor, pues se sentía frustrado.
Lo que pasa es que para triunfar en la vida y encontrar plenitud en la existencia necesitamos tener las metas claras. Es decir, tenemos que saber a dónde queremos llegar. De lo contrario estamos perdidos. Aquí radica la frustración de mucha gente.
El P. Carlos Vallés, sacerdote Jesuita que trabajó por muchos años en la India, en su libro “Saber escoger”, cuenta el siguiente caso: “En los autobuses que unen a Surat las ciudades distantes de Bombay, Nasik y Ahmadabad se habían instalado por primera vez “vídeos”… Los periódicos contaron el caso del viajero que en la estación de autobuses de Surat sacó billete para Bombay, pero al subir al autobús correspondiente y al enterarse que la película que iba a dar no le gustaba, volvió a bajarse, se encontró con que en el autobús de Nasik daban una película de su gusto, cambió el billete, cambió de autobús y se fue a Nazik, y se perdió el viaje a Bombay, donde sí tenía trabajo; pero tuvo la satisfacción de ver una película que le gustaba… y que de todos modos podía haber visto cómodamente en el “vídeo” de su casa… Lo principal se hizo secundario, y lo secundario se hizo principal.”
Esta es una verdad eterna que a menudo se repite. Así como este caso hay muchos en la vida donde los hombres convierten el medio en fin y el fin en medio. Lo peor es que esta inversión de los valores influye en las decisiones tan importantes y fundamentales como es el caso de la elección vocacional.
Por ejemplo. Un joven puede tener vocación sacerdotal y religiosa o vocación matrimonial. Pero no logra realizar su sueño, porque le impide la falta de valor para dejar su familia. Otra vez se repite la misma historia. La familia es como el nido de las águilas que les permiten nacer y crecer hasta levantar las alas; una vez que ya pueden volar, tienen que dejar el nido para volar y cuando crecen tienen que hacer su propio nido para poder reproducirse. Así es la familia: ella es una estación transitoria de crecimiento personal y comunitario, pero llega un momento determinado que uno por motivos de trabajo, matrimonio o de opción por la vida sacerdotal y religiosa tiene que dejarla. Este desapego de la familia es doloroso para la mayoría de los jóvenes y para los padres, pero es necesario. Los sicólogos dicen que quienes se quedan bajo la sombra de papá y mamá no maduran. Pero para tener el valor de dejar la familia es necesario tener las metas claras, saber qué queremos hacer con nuestra vida y qué logros queremos realizar. Dicen que las personas de éxito tienen dos cosas en común: una mentalidad positiva, siempre optimista; y mucha claridad en sus metas personales porque saben lo que quieren.
Por lo tanto, si de verdad queremos triunfar en la vida es necesario saber a dónde queremos llegar.
Por: P. Walter Malca Rodas. Del libro: «TÚ TIENES EL PODER».