UN CORAZÓN LIBRE

Jesús fue un hombre plenamente libre y nos invita a ser hombres y mujeres libres de verdad. Así lo dice san Pablo: “Para ser libres nos liberó Cristo” (1Cor. 7,21). Es admirable la libertad de Jesús que contemplamos en los evangelios.

En el evangelio de Lucas encontramos la siguiente noticia: “Cuando ya se acercaba el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc. 9,52). Aquí vemos claramente que Jesús es libre frente al tema de la muerte. Él no teme morir. Él sabía perfectamente que en Jerusalén terminaría su vida terrenal. Él mismo lo había dicho: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti” (Mt. 23,37). “No conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc. 13,34). Por tanto, Jesús sabía que en Jerusalén iba a morir. Sin embargo, Él no tiene miedo de ir a Jerusalén. Por eso toma la decisión de ir la Ciudad Santa. El mimo lo había dicho: “A mí nadie me quita la vida. Tengo el poder de darla y de recobrarla” (Jn. 10,18). Por tanto, a Jesús no le quitaron la vida. Él la dio. Con absoluta libertad la ofrendó para manifestarnos la plenitud de su amor (Jn. 15,13) y así procurarnos la salvación.

Jesús también es libre frente a los bienes materiales. En una oportunidad alguien le dijo: “Te seguiré, Señor, a donde quiera que vayas”. El Señor le respondió: “Los zorros tienen sus madrigueras y los pájaros sus nidos, pero el hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt. 8,19-20). En estos versículos contemplamos claramente la pobreza absoluta de Jesús que no posee nada, no tiene nada. Por tanto, es absolutamente libre de las cosas creadas.

El Señor también es libre de todo sentimiento de odio, resentimiento y nacionalismo, que muchas veces esclaviza a tanta gente. Jesús, marcando la diferencia, es libre de estos sentimientos. Entre los judíos y los samaritanos había bronca. Los unos a los otros se rechazaban. En una ocasión, dice el evangelio, que Jesús, de camino a Jerusalén, envío a sus discípulos para prepararle alojamiento. Los samaritanos, al enterarse que era judío y que iba a Jerusalén, le negaron el hospedaje. Ante tal negativo Santiago y Juan le preguntaron si quiere que hagan bajar fuego del cielo. Ante tal intención el Señor les reprendió y se fueron a otra parte (Lc. 9,54). Aquí vemos que el Señor es libre de todo sentimiento de rencor. Él no está resentido contra los extranjeros. Ojalá que todos tuviéramos la libertad de Jesús.

Señor, danos un corazón libre como el tuyo. Amén.