La alegría es un filón esencial del evangelio; y eso es natural, porque en el Antiguo Testamento los tiempos mesiánicos fueron anunciados como tiempos de abundante alegría. Veamos:
Dios, a través del profeta Isaías anunciaba: “Voy a transformar a Jerusalén en alegría y a su pueblo en gozo” (Is. 65,17). “¡Alégrate hija de Sión, regocíjate Jerusalén! (Sof. 3,14). “Salta de alegría, Sión, lanza gritos de júbilo, Jerusalén” (Zac. 9,9). “Aquel día el Señor preparará en este monte para todos los pueblos un banquete de exquisitos alimentos, un banquete de buenos vinos, sabrosos alimentos, vinos deliciosos” (Is. 25,6).
En el Nuevo Testamento la Buena Nueva inicia con la invitación a la alegría que el arcángel le hace a la Virgen María: “Alégrate María, llena eres de gracia” (Lc. 1,28). De hecho María fue una mujer llena de alegría, pues en el Magnífica exclamó: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc. 1,47). El ángel anuncia el nacimiento de Jesús como un motivo de gran alegría (Lc. 2,10). Los magos, al ver detenerse la estrella en el lugar donde estaba Jesús, “se llenaron de inmensa alegría” (Mt. 2,10).
De igual modo Jesús fue un hombre alegre. El evangelio dice que “Jesús se llenó de alegría en el Espíritu” (Lc. 10,21-24). Dicen que las bienaventuranzas son un reflejo, una fotografía, del alma de Jesús. Él fue feliz en la persecución, en la pobreza, en la tristeza, etc. Además Jesús fue muy gracioso, divertido y hasta cómico. En el evangelio hay mucho humor, sólo que nosotros, no lo comprendemos porque nuestra mentalidad es distinta de la de los judíos. El pueblo judío es un pueblo que ha cultivado el humor, como un medio de supervivencia, por ser un pueblo que ha sufrido tanto a causa de los exilios.
Jesús, el hombre alegre, nos invitó a la alegría. Esto es lo que les dijo a sus discípulos: “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y así su alegría llegue a su plenitud” (Jn. 15,11). En las bienaventuranzas nos invita a la alegría, cuando dice: “Dichosos…, felices…, bienaventurados”. Jesús resucitado, suscita una inmensa alegría: “Ellos se llenaron de alegría al ver al Señor” (Jn. 20,20); “Ellas fueron al instante del sepulcro, con temor, pero con una alegría inmensa” (Mt. 28,8). Y también invita a la alegría: “Alégrense”, les dice a las mujeres (Lc. Mt.28,9).
Pablo también nos invita a la alegría: “Estén siempre alegres en es el Señor. Os lo repito: Estén siempre alegres… El Señor está cerca” (Filp. 4,4-5). Para Pablo la alegría es fruto del Espíritu (cf. Ga 5,22) y nota típica y estable del Reino (cf. Rm 14,17).
Señor ayúdanos a ser alegres como tú. Llena nuestra corazón de esa inmensa alegría que sólo tú puede dar, para que podamos irradiar esa alegría a los demás. Amén.