UN DIOS CERCANO

Dicen que Dios, por lo general, nos habla con el canto del pájaro, con el zumbido de la abeja, con la belleza de la flor, etc.; pero, a veces, habla con el rugido del león. Eso le sucedió al Jonás, quien recibió la llamada de Dios para ir a predicar la conversión del pueblo de Nínive. Él desobedeciendo a la llamada divina se enrumbó a otro lugar: Se fue a Tarso. En la trayectoria hubo una gran tormenta y, para apaciguar la furia del mar, al ser descubierto que estaba desobedeciendo a Dios, lo arrojaron al mar, donde fue tragado por una ballena, quien a los tres días la vomitó en la orilla.

Por su puesto, dicen los estudiosos de la Biblia, que ésta es una alegoría, una metáfora, un cuento. Pero, no por ello deja de tener validez. La historia sigue teniendo valor para nosotros, porque de tras de ella hay un mensaje de salvación. En ella podemos contemplar a un Dios cercano, que nunca nos abandona, que siempre está a nuestro lado. Aunque nosotros intentemos apartarnos de su presencia, Él siempre nos acompaña y nos da la oportunidad para arrepentirnos y convertirnos.

Esta verdad de la omnipresencia de Dios la tenía bien claro el salmista que dijo: “¿A dónde huiré lejos de tu presencia? Si escalo los cielos, ahí estás tú, si me acuesto entre los muertos, ahí también estás tú. Si le pido las alas a la aurora para irme a la otra orilla del mar, ahí también tu mano me conduce y me tiene tomado tu derecha. Si digo entonces: “¡Que me oculten, al menos las tinieblas y la luz se haga noche sobre mí!”. Más para ti no son oscuras las tinieblas y la noche es luminosa como el día” (Sal. 139,7-12). San Pablo también dijo: “En Él vivimos, no movemos y existimos” (Hech. 17,29). El apóstol de los gentiles tenía claro que nada y nadie podía separarnos del amor del Señor. Por eso se preguntaba: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo” (Rom. 8,35-39).

Señor tú eres bueno. Tu gracia y tu amor siempre nos acompaña en cada momento y en cada circunstancia de nuestra vida. Ayúdanos, Señor, a descubrir tu presencia amorosa y misericordiosa que nunca nos abandona. Amén.