Cuenta el P. Anthony de Mello, que un niño solía llegar tarde a casa. Su madre, llena de ansiedad por miedo a que le pase algo, le dijo que en tal lugar había un monstruo que salía cuando pasaba las 6:30 de la tarde (Era el momento en que empezaba a oscurecer). El niño nunca más llegó tarde. Siempre procuraba llegar a antes de las 6:30 p.m. El método dio efecto, pero le hizo un daño en su conciencia, pues el niño empezó a tener miedo a la oscuridad, no quería dormir solo y veía monstruos por todas partes. La mamá inventó la cura. Le dio una medallita de la Virgen y le dijo que si la llevara consigo a todas partes no le iba a pasar nada. Desde aquel momento se le quitaron las pesadillas y perdió el miedo a la oscuridad. El pavor aparecía sólo cuando tenía conciencia que no llevaba consigo la medallita.
Esta anécdota es reveladora, puesto que los responsables de la educación de los niños y jóvenes (padres, maestro y otros) muchas veces usan como recurso pedagógico el temor. Y este sentimiento es tan destructor, que inhibe la creatividad y la libertad. Este método está más extendido de lo que uno se puede imaginar. Consideremos algunos casos.
Un joven en Centroamérica me decía: “Uno de mis grandes miedos es el miedo a la policía. De chiquito, cuando me portaba mal, mis familiares me decían: “Pórtate bien, ya viene la policía”, “hoy llamamos a la policía”. Ahora cuando veo a un policía me da miedo. Gracias a Dios ya lo estoy superando, pues antes me quedaba paralizado.
Otro miedo que tengo es el miedo a la oscuridad. Lo que pasa es que cuando era muy pequeño y me comportaba mal mis padres me decían: “No llores, sino te encerramos en el cuarto y ahí, en la oscuridad, viene la sucia (hay que hacer notar que con este nombre se conoce popularmente en Honduras al demonio) y te lleva”.
Otro joven nos reveló su miedo: “Yo tengo miedo a los sapos. Estos animales me dan pavor. Es un miedo que me paraliza. En una oportunidad con un grupo de amigos, estábamos bañándonos en un río. Una amiga se estaba ahogando en un pozo. Yo me arrojé a socorrerla. Cuando la tenía, unos amigos, por hacerme una broma, arrojaron al agua un sapo. Cuando me di cuenta que era ese animal asqueroso, me privé, dejé a mi amiga y salí inmediatamente. Yo no era conciente de lo que había hecho. No recuerdo cómo salí. Sólo recuerdo que yo estaba sentado sobre una piedra tiritando de miedo y mis amigos me estaban insultando por haber dejado a mi amiga. Otros amigos tuvieron que arrojarse para salvarla
Yo pienso que este miedo tiene su origen en mi infancia. En el lugar donde me crié había muchos sapos. Siempre me han dicho que los sapos muerden. Mis padres, para mantenerme quieto, decían que me iban a traer un sapo. En una oportunidad me encapriché y mis primos me llevaron a la cueva de los sapos y ahí me hicieron meter mi mano. Yo recuerdo que tenía mucho miedo, pues sentía el cuerpo de esos bichos s entre mis manos. Fue una experiencia horrible.
Así es que si ustedes me quieren tener quieto traigan un sapo y póngalo en mi presencia. Ese animal me paraliza.”
Estas anécdotas nos ayudan a comprender la magnitud del daño sicológico que causa el método del miedo en el proceso educativo. Ojalá que quienes se encuentran a cargo de la educación de los niños y jóvenes destierren ese nefasto método.