VER Y OÍR AL SEÑOR

En el evangelio de Mateo 13, 16-17 el Señor les dice a sus discípulos: “¡Dichosos sus ojos, porque ven y sus oídos, porque oyen! Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”. Estos versículos necesariamente nos llevan a preguntarnos: ¿Qué es lo que vieron y oyeron los discípulos? La respuesta es evidente: Ellos vieron y oyeron al Señor. Lo cual quiere decir que ver y oír al Señor produce dicha, felicidad y plenitud.

Esta fue la experiencia del anciano Simeón que, cuando contempló al Niño Dios, en el momento que sus padres lo llevaban a presentarlo en el templo, lo tomó en sus brazos y exclamó: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.  Porque mis ojos han viso a tu salvador” (Lc. 2,27-32). Si nos fijamos bien en las palabras de este hombre nos damos cuenta que él se siente feliz, pleno, realizado, por el hecho de haber visto al Señor. Por tanto, ver y oír al Señor produce felicidad.

Ahora bien, si ver y oír al Señor produce felicidad, ¿cómo ver y oír al Señor en la actualidad? Ahora nosotros ya no podemos ver y oír al Señor físicamente, se trata de ver y oír con los ojos y los oídos del corazón. Es decir que es necesario tener una mirada contemplativa para que podamos ver y oír al Señor en los acontecimientos de la vida y en la meditación de su palabra.

Abre, señor los oídos de nuestra mente y de nuestro corazón para que podemos verte y oírte en cada momento de nuestra existencia.