La primera lectura de este día (VI Domingo del Tiempo Ordinario), tomada del libro del profeta Isaías (17,5-8), nos cuestiona: “¿Dónde está puesta nuestra confianza? ¿En Dios o en las cosas creadas?”. Textualmente el profeta dice: “Maldito quien pone su confianza en el hombre…” y “Bendito quien confía en el Señor”. No es que Dios desea que seamos paranoicos, que andemos desconfiando los unos a los tener, lo que Dios desea es que tengamos una buena convivencia y eso precisamente depende de donde está puesta nuestra confianza. Tener una confianza básica en la bondad del ser humano, con ciertas precauciones, es una actitud sana y correcta, pero confinar en las personas creyendo que son ellas las que van a dar el sentido a nuestra vida es una grave error. El único que puede dar sentido a nuestra vida es Dios. De ahí viene la disyuntiva: ¿Dónde está puesta nuestra confianza: en Dios o en las cosas creadas?
Si nuestra confianza está puesta en Dios, seremos felices de verdad, porque el Señor jamás defrauda a los que confían en Él; pero si nuestra confianza está puesta en las cosas creadas seremos terriblemente desdichados, porque nada, ni nadie podrá darnos la verdadera felicidad. Esta idea también aparece en el evangelio de Lucas (6,17.20-26) cuando el Señor dice: “Felices los pobres”. Los pobres no son, necesariamente, los que carecen de dinero, sino aquellos que ponen su confianza plena en el Señor. Ellos saben que de Dios viene todo y están agradecidos con su creador. Por eso son felices, dichosos.
En el evangelio Jesús señala el camino de la auténtica felicidad. Él nos dice quienes son los que de verdad son felices: los pobres, tienen hambre, los que lloran y los que son odiados, excluidos, insultados y despreciados por causa del Señor. También nos dice quienes son los desdichados: los ricos que ponen su confianza en el dinero, los saciados, a los que se ríen con sonrisas falsas y burlonas, y los que son adulados con tratos lisonjeros.
Permítanme ilustrar el mensaje de estas bienaventuranzas con la siguiente alegoría.
Cuenta la historia que había una mujer muy rica, pues tenía mucho dinero. Pero el dinero que tenía era mal habido, lo había obtenido robando, estafando. Incluso llegó a ser alcaldesa de una ciudad y se quedaba con el 10 por ciento de las obras. Le gustaba organizar o participar en grandes banquetes.
Era burlona a más no poder. Se burlaba de las personas a quienes las había estafado. Cuando los veía en la calle ser reía de ellos diciéndoles “pobres diablos”. Cuando alguien denunciaba sus maldades los perseguía hasta más no poder con su equipo de jueces y fiscales comprados.
Cierto día que estaba conduciendo su auto último modelo en una avenida principal sufrió un accidente: Alguien la chocó y murió en el acto. Al llegar al cielo lo recibió San Pedro con suma amabilidad y le llevó a conocer las moradas celestiales. En su recorrido se encontraron con un barrio, donde había hermosas mansiones de oro. En una de ellas vivía una familia a quien esta mujer la había estafado. Por la estafa esta familia quedó en la pobreza total. Al experimentar esta injusticia ellos sintieron una profunda impotencia y lloraron amargamente su dolor. Unos narcotraficantes le ofrecieron la posibilidad vender droga, donde ganarían jugosos dividendos, pero ellos fieles a sus principios cristianos católico no cedieron a la tentación. Prefirieron vivir pobres a no dañar a los jóvenes. Los narcotraficantes, liderados por esta mujer los persiguieron hasta que terminaron asesinándolos.
La mujer, al ver a esta familia profundamente feliz en el cielo, viviendo en una mansión de oro, se sorprendió y se llenó de envidia. Entonces quiso entrar en el barrio para quedarse en una la casa contigua a la de esta familia, pues tenía como intención quitarles su nueva casa. Cuando estaba para ingresar, san Pedro lo toma del brazo y le dice: ¿A dónde vas?”. Ella le responde: “Supongo que una de estas casas son para mí”. “No –le responde el príncipe de los apóstoles- tu casa está más allá”.
La mujer decepcionada camina junto a Pedro triste y apesadumbrada. Las casas del siguiente barrio eran de plata y también eran hermosas. Al verlas la mujer se alegró y pensó: “Si no pude vivir en una de las casas anteriores, al menos podré vivir en una de estas”. Entonces estaba para ingresar y san Pedro le dice: “A dónde vas?”. “Supongo que una de estas va a ser mi casa”, responde la mujer. Pedro le replica: “No, aquí no está tu casa. Tu casa está más allá”.
Siguieron caminando y llegaron a un barrio donde las casas eran de mármol. La mujer dijo: “Si no pude vivir en una de las casas de oro, ni de plata, al menos me tocará vivir en una casa de mármol”. Cuando estaba a punto de ingresar Pedro lo toma del brazo y le pregunta: “¿A dónde vas?”. “Supongo que una de estas es mi casa”, le responde la mujer. Pedro le niega: “No, esta no es tu casa, tu casa está más allá”.
Siguen avanzado y llegan a un barrio donde las casas también eran bonitas, pero eran de cristal. La mujer pensó: “Al menos una de estas casa es para mí”. Cuando estaba a punto de ingresar, Pedro, nuevamente le toma del brazo y le dice: “¿A dónde vas?”. “Al menos, supongo que una de estas casa es para mí”, le respondió la mujer. Pedro le dice: “No, tu casa está más allá”.
Entonces siguen caminando y llegan a un lugar donde había niebla y hacía frio, el ambiente era pesado y había un olor fétido, pues había, heces humanas, estiércol, y charcos de orín. Al final de ese lugar había una choza hecho con basura. Entraron y en ella había pulgas, cucarachas y ratas. La mujer asustada preguntó: “¿Qué esto? ¿Por qué estamos acá?”. “Esta es tu casa –le responde Pedro-. Aquí vas a vivir por toda la eternidad”. “¡No, no puede ser! –exclamaba la mujer con grandes gritos- Yo en la tierra vivía en mansiones lujas y no puedo vivir aquí en esa pocilga. ¡No, no puede ser”. San Pedro le respondió: “Lo siento. Acá construimos sus casas con el material que nos envían de la tierra. Unos envían oro y les construimos sus casas con oro, otros envían plata y les construimos sus casas con plata, otros envían mármol y les construimos sus casa con mármol, otros envían cristal y les construimos sus casa con cristal, otros envían basura y les construimos con basura. La familia que viste ha enviado oro, por eso viven en una casa de oro, en cambio tú enviaste basura y hemos construido tu casa con basura. El material que ustedes envían son las obras que hacen en la tierra.
Como la mujer seguía gritando y lamentándose se despertó, porque el tenido no había sido real, sino un sueño. Pero al despertar la mujer reflexión y se dio cuenta que estaba caminando por sederos equivocados. Entonces decidió cambiar de vida. Buscó a un sacerdote y se confesó, quien le aconsejó tratar de restituir todo el daño que había hecho. En la medida de lo posible trató de devolver a quienes había robado. Y con ello se quedó en la pobreza. A veces, incluso pasaba hambre, pero siempre había alguien que desde su pobreza compartía con ella. Quienes antes eran sus amigos se convirtieron en sus enemigos y se burlaban de ella, incuso la perseguían porque querían que retorne a sus antiguas andanzas. A pesar de que pasaba carencias era muy feliz, vivía con alegría y esperanza.
Queridos hermanos, si queremos ser felices de verdad, sigamos el camino trazado por el Señor: Vivamos el espíritu de las bienaventuranzas. Que Dios les bendiga.